viernes, 24 de mayo de 2013

Ilustraciones de Marcelo Gacitúa para la obra de Alfonso Alcalde


Dejo con ustedes parte del extraordinario trabajo del ilustrador y muralista Marcelo Gacitúa, quien hace varios años ya hizo estos dibujos sobre la obra de Alfonso Alcalde. Estoy seguro de que me faltan, de que ha hecho más; pero creo que estos que dejo en el blog darán cuenta de su sobresaliente calidad como artista y del maravilloso homenaje que le hace al mundo de Alcalde con sus dibujos.
Más adelante espero subir fotos del mural que realizó en la galaxia de Tomé. 


Pueden deleitarse con el notable trabajo de Marcelo en su página de flickr


El auriga Tristán Cardenilla



El auriga Tristán Cardenilla



El sentimiento que te di




El sentimiento que te di



Imagen Categórica



Pintar por poca plata


martes, 14 de mayo de 2013

El primer encuentro entre El Salustio y El Trúbico


El primer encuentro entre El Salustio y Rodrigo Cárdenas, conocido como “El Trúbico”, se produjo a la altura de San Carlos, rumbo al sur. Venían caminando en sentido contrario. Mi padre iba con una bandera en alto. Movilizaba la caminata de unos dos mil quinientos obreros en busca de trabajo, con sus herramientas al hombro, con sus mujeres, cacerolas, banquetas, fiambreras, bacinicas, hijos, abuelos y colchones. Una firme nube gris y polvorienta, envolvía a los sin trabajo que avanzaban gritando, cantando, empujando las carretas arrastradas por bueyes y caballos de cartón,  los paquetes de vituallas, las máquinas de coser portando los coladores, martillos y adornos de yeso (casi siempre ángeles en actitud voladora y los ojos en blanco) que se iban quebrando con las sacudidas y vaivenes del viaje. Los carromatos iban cubiertos con una carpa de cuero de vacuno, sujeta sobre arcos de madera levantados en semicírculos cerca de las ruedas para proteger a los más ancianos, las criaturas y los enfermos. El Trúbico (conocido con ese sobrenombre porque tenía los ojos mirando para lados distintos, al extremo que podía hacer desaparecer el izquierdo por un buen rato dejando la pupila en blanco como si lo colocara en órbita y luego la hacía aparecer de repente como disparados con una honda). Era un hombre porfiado que siempre luchó contra la corriente, de ahí su carácter contradictorio porque se oponía contra todo en cualquier circunstancia y bastaba que alguien dijera negro para que desmintiera esta aseveración asegurando que era blanco, o domingo en vez de viernes, o queso en vez de jabón, o sal a cambio de azúcar. Lo que para otros era una persona flaca, él la consideraba extremadamente gorda y lo mismo le ocurría con las mujeres bien parecidas que calificaba de inmediato de horrorosas, dignas de trabajar en un circo como fenómenos. Esta actitud se fue exagerando con el tiempo cuando empezó a arremeter contra los reglamentos del tránsito –que ya existían en esa época-, los pecados capitales que afectaban a los creyentes, las leyes sociales y el criterio político imperante en el país. El Trúbico aseguraba  con obstinación que los militantes de las organizaciones de izquierda debían hacerlo en los partidos de derecha o al revés, haciendo gala de una ceguera un tanto absurda que más tarde tendría trágicas consecuencias en su vida.  Tenía anotados en un cuaderno los reglamentos de lo que sería un partido único en el cual él sería el único militante con su cotización al día. Había llegado en sus largas noches de desvelo a dibujar el estandarte y los puntos básicos por los cuales debería luchar en beneficio de sus semejantes, pero completamente solo. Después de que anunciara la puesta en marcha de su organización,  él fue su único orador en una plaza desierta. Había ido perdiendo la fe en sus semejantes y daba la impresión de que ni siquiera creía en él mismo y cada día aumentaba su aislamiento y escepticismo burlón, en especial con las mujeres a las que dividía en putísimas y putas a medias. Se sentía incómodo en este mundo, fastidiado del sol, de la torpeza de las nubes y hasta de las sonrisas de los niños, por eso había inventado un número artístico que él mismo había bautizado como “El gallo bailarín” lo que le permitía ganarse la vida en forma independiente, sin depender de horarios o jefes. Se diría que formaba una isla con su gallo sin importarles el resto del mundo y luego gastarse las monedas que le lanzaban los espectadores en su tongo de hule negro. Pero también con el animalito tenía problemas de relación que se agravaron cuando tuvo que hacer un viaje largo  dejándolo encargado en el gallinero de una vecina. Ella sabiendo que el ave tenía un carácter irascible, tomó la decisión práctica y lo dejó guardado en el sótano de su casa y le tiraba desde el primer piso los puñados de maíz necesarios. Cuando El Trúbico recuperó su gallo comprobó que el ave le guardaba un implacable resentimiento –y así se lo dijo- por haber perdido el sentido del tiempo durante el encierro del que fue víctima. Y cuando sospechaba que era de noche, un sol esplendoroso aparecía entre los pliegues de su cresta amoratada, cacareando a deshora, produciendo un gran desorden, porque era el único despertador que existía en el pueblo. Muchos perdieron sus trabajos cuando lo escuchaban cacarear a las cuatros de la tarde en vez de a las seis de la madrugada o a las once de la noche o al mediodía. Nadie volvió a saber el día en que estaba ni qué hora era, aunque El Trúbico trató de convencer al gallo para que regulara su mecanismo y cantara como antaño cuando la luz de la mañana estaba por nacer, el ave no aceptó nunca ese agravio y llegó al extremo de anunciar que estaba dispuesto a entrar a un convento y tomar los hábitos considerando que había recibido la última de las ofensas. Entonces El Trúbico dio su brazo a torcer y le dijo que sería el artista más famoso de la zona y le empezó a enseñar a bailar cueca con zapateo: vueltas y revueltas que después harían delirar a los espectadores porque parecía una persona de verdad aunque de más baja estatura. Poco a poco, El Trúbico lo fue acostumbrando al calor de las brasas que ponía debajo de las latas que le servían de escenario y entonces siguiendo el ritmo del vals de la vitrola –y para no quemarse- saltaba de un lado para otro para culminar el baile con un tripe salto mortal. Una anciana le gritó: -Esa cuestión de hacer bailar el animalito con las patas caldeadas es más vieja que mear de pie. Y sin mayores palabras, le pegó una patada a la lata dejando al aire los encendidos tizones de carbón. Los espectadores se enfurecieron y uno de los más exaltados tomó al artista bailarín y le retorció el cogote pidiendo la devolución de las monedas que habían entregado para presenciar el espectáculo. El Salustio, experto en la solución de este tipo de conflictos, le dijo a la concurrencia:
-Aquí no nos queda otro remedio que hacer una cazuela con el animalito. Están todos invitados.
Uno de los caminantes fue a buscar una olleta y junto con las mujeres empezaron a preparar con las presas, aunque como todo buen artista vino a resultar un poco nervioso, es decir, bastante duro. Al final de la comilona el Trúbico se derrumbó porque tuvo la sensación de haber quedado con las manos vacías considerando que el gallo había sido su única herramienta de trabajo. Había sido él quien le permitió conocer todo Chile a pie haciendo su numerito metido en la propia isla de sus pensamientos y sin permitir que nadie le preguntara cómo se llamaba, quién era, de dónde venía y para dónde iba, consultas para las cuales no tenía una respuesta. Fue entonces cuando se acercaron al primer bar que encontraron en el camino y acordaron asociarse, en trabajar juntos sin tener ningún negocio en perspectivas aunque entre la lista de posibilidades que le iba inventando El Salustio, El Trúbico encontró que el más práctico de todos sería dedicarse a lavar fudres vacíos de vino. Al fondo de los inmensos toneles que sirven para guardar entre cinco y seis mil litros, queda después que son vaciados, una gruesa costra que los expertos llaman “la costra del vino”. Los viñateros tienen que contratar obreros especializados para que con picotas y chuzos levanten los costrones en baldes que son elevados a la superficie corriendo el riesgo de morir con las emanaciones secas del blanco y del tinto. Son pocos los expertos que corren este riesgo, pero El Salustio y El Trúbico llegaron con un escobillón al hombro dispuestos a hacer el trabajo o como si solo se  hubieran dedicado a esa actividad toda su vida. Bajaron hasta el fondo del tonel por medio de una escalerilla de cordel y pronto iniciaron su actividad en medio de un fino morado que les empezó a llenar los ojos y recubrir el pelo.
-Ni que estuviéramos estudiando para obispos, comentó El Salustio con entusiasmo, picando la costra con la picota.
-Esto es el colmo, le dijo El Trúbico, estar tomando vino en polvo. Esta parece una maldición gitana.
-Yo soy quemado en la vida, confesó El Salustio. A mí no me resultan las cosas. Se me acumulan puras cosas que no resultan, confirmó.
-Usted dice que si pone una fábrica para hacer gorros para guaguas las criaturas empiezan a salir sin cabeza.
-Eso mismo. Y cuando se me ocurrió fabricar volantines se fue el viento de la tierra.
-Es decir, le resultan las cosas, pero en sentido contrario a lo que usted espera.
-Después se me ocurrió fabricar ataúdes y nunca más nadie se murió en el pueblo. Me compraban los féretros para usarlos como trinche o como para banqueta.
-Pero ahora parece que le vamos a pegar el palo al gato, dijo El Trúbico con una voz que daba confianza. Hay que respirar cortito para que el vino no se nos meta en los pulmones. A muchos los han sacado como si fueran de palo: tiesos. Esa es la dificultad que tiene esta pega.
-Usted no cree que si subiéramos a buscar un balde de agua y se lo echamos a las costras a lo mejor hasta podía resultar un trago fuerte como ese que toman los ricos.
-Muchos han hecho ese experimento, pero la borra no combina con nada y menos con agua. Dicen que es mejor tomar pájaro verde que esa mezcla que usted dice.
-Entonces es más fuerte que el alcohol de quemar cortado con su pinta de limón y azúcar.
-Dicen que es peor que echarle pólvora. Era ese el trago que le daban a los soldados cuando les dieron la orden de tomarse el Morro de Arica en la Guerra del Pacífico. Lo malo es que después se acostumbraron y se servían el líquido adentro del caño de los arcabuces.
-Hay que tener buen declive para despacharse un trago con pólvora. Pero debe ser cuestión que se ponga de moda.
-Lo malo es que muchos de los consumidores, cuando llegaron a la cumbre del cerro, estallaron. O salían disparados cuando estaban durmiendo, como esos artistas de los circos que los disparan con cañón.
A la media tarde terminaron la maniobra como espantapájaros con solo los ojos marcados cuando hablaban. Treparon por la escalerilla con la boca tan seca que casi no podían hablar.
Como perros recién bañados se estremecieron para sacarse el polvo de encima golpeándose el pecho y revolviéndose el pelo.
De pronto El Trúbico aumentó el tamaño de su oreja abriendo una de sus manos sobre el oído.
-Aquí cerca, habló en voz baja, escucho el gorgotear de un tonel lleno.       
-Qué le hace el agua al pescado -El Salustio tomó la iniciativa al vuelo-. Usted dijo con fingida indiferencia que podríamos acercarnos hasta el barril para salir de la curiosidad.
-Mi oído me dice que está lleno hasta el tope. Cómo estará de bueno que llega a silbar. Despacito, eso sí.
Los hombrecitos volvieron a repetir el trabajo de enganchar la escalerilla de cordel, pero esta vez en el borde de otro tonel. Existe una superstición, dijo El Trúbico. Si es que vamos a tomarnos un trago en el tonel tenemos que subir como Dios nos echó al mundo.
-¿En pelotas?, preguntó El Salustio sin entusiasmarse con la idea.
-Tal cual. Es un reglamento que existe entre los curados. Son como las leyes del tránsito, agregó El Trúbico sin mayores comentarios.
Dejaron los atados de ropas que comenzaron a trepar. El vino llegaba a la parte más alta de la superficie.
-Y es tintín, confirmó El Salustio como si estuviera viendo un mar de oro. Aquí no hay necesidad, agregó, de usar un sacacorchos.
-Eso en primer lugar, lo estimuló el Trúbico, mientras se lanzaba de cabeza al inmenso charco morado, ¿usted sabe nadar? Le consultó al Salustio.
-Solo a lo perro.
-No importa. Pero es mejor que nos quedemos de espalda, con la cara al sol. La persona flota en el vino sin saber nadar.
-A lo mejor ya le echaron pólvora, observó El Salustio con timidez.
Los dos hombres quedaron flotando de espaldas moviendo pies y manos y torcieron la cabeza cada vez que querían servirse un sorbo.
-Usted ha calculado, le preguntó El Trúbico a El Salustio, ¿cuánto nos demoraríamos en tomarnos los cinco mil litros del fudre?
-¿Y cuál es el apuro? Empezaron a hacer recuerdos entre sorbo y sorbo dejándose llevar por la ensoñación que les iba produciendo el vino.
-Tomamos y tomamos, le ponemos duro entre pera y bigote, pero no baja el nivel, observó El Trúbico.
-Yo creo que no tenemos que ponernos nerviosos. De aquí nadie nos va a venir a echar y además este bar puede estar abierto día y noche.
-Y domingos y festivos, agregó El Trúbico ensayando un sorbo más ruidoso y alegre. A mí me come la curiosidad por ir a echar un “luqui” a las profundidades. Quiero salir de la curiosidad, agregó como pidiendo autorización para zambullirse.
El Salustio quedó solo mirando caer el débil sol de la tarde como si alguien lo llevara en andas, como si alguien lo arrastrara a vivir en medio de tanta tibieza y alegría de seguir flotando, a la deriva, bordeando la orilla del vino y todos los mundos del mundo, saludando a la gente que parecía estar sacando oro de una bolsa escuchando una música pegajosa metida en el oído. Se le ocurrió pensar en la muerte porque ojalá fuera así tan blandita y sin dolor, como un favor que le hacen a alguien, como los niños cuando saltando por una acera llevados de la mano por el abuelo y éste le compra un cucurucho de azúcar de algodón y luego van al zoológico a ver los monos, el cocodrilo alemán, los tigres bostezando o sentir que el vino le entraba por un oído y le salía por otro, por los poros, por todas partes y recordó risueñamente que las vacas se morían cuando las obligaban a nadar para cruzar los ríos y les entraba agua por el culo. Morían por ahí y por eso había que ponerles un corcho inmenso como precaución para que alcanzaran sin contratiempos la otra orilla. Recordó también algún barquito de papel cabeceando en la infancia sobre el agua sucia de las acequias y tomó el sorbo más largo de la tarde.
-La encontré, llegó repitiendo El Trúbico. Era ella en persona. Mi mamá. Junto a su máquina de coser como lo había querido toda su vida. Estaba igualita y nos saludamos un poco con lentitud por culpa del vino que nos separaba y ella me perdonó por todo lo que le había hecho cuando fui niño. Y nos pusimos a conversar y le dimos curso a la sin hueso y después desapareció en medio de las burbujas, como un ánima.

   

Textos inéditos pertenecientes a El árbol de la palabra


Estos cuatro textos pertenecen a un libro inédito llamado "El árbol de la palabra". Ahí Alcalde elabora "covers" de sus poemas favoritos.

¿Ya está avanzando el año?
R.A. Schöder

El invierno ha venido a buscarnos
como si la edad, como si la porfía del tiempo
cansado de sostener cada árbol
abandonara las sombras y su tormento.

Curvados, la tierra nos llama
poco a poco desde las alturas
y vamos bajando las vidas
solitarios: sueños lentos, canos.

Ramajes finales, vejez constante
como si los últimos días
sólo subieran hasta los ojos
y regresaran oscuros, vacíos.

El alma ciega toda raíz y se extermina
adelantándose a la muerte.
En el silencio sin misericordia
un árbol nos envejece, hoja por hoja.






De cuando el hijo de nuestro príncipe murió en el momento de nacer
Matthias Claudius

Dan la orden de llorar
Y empezamos ablandando el pequeño ataúd
Hasta soltarlo de la tierra
Para que cada lágrima navegue eternamente.

Se ha desprendido de sus raíces
Y la muerte lo escucha
Y aúlla su madre como una tempestad
Retorciendo el dolor con angustia.

El niño lleva en sus manos el primer rayo.
Detrás, otros iremos a detenernos.
apoyando los días en el muro frontal
sujetando el furor de la sangre iluminada.

Aunque vivió en el exilio del tiempo
ciego a todo imperio detenido
y su corona como las hojas, vaciló
crepitando rodeada de relámpagos.

El poder del magisterio fue dado a cada ciudadano
junto con el grito ecuánime de la justicia
Con la pompa que enardece la luz.
La luz que sólo unos pocos reciben, desnudos.

Aún los que viven expuestos al sol
y a la cordura, gastándose sin prisa
vaciando los rostros, perdurables y frágiles
también hurgan la noche, viajan
detrás de las sombras, raspan las tinieblas
y en vano, a tientas, buscan la verdad profunda.

Y caminan embelesados
por el pavor de vivir como si de pronto
se vaciara también la muerte
en su quietud más urgente
para llegar otra vez a las raíces
donde el pequeño monarca asciende por sus frutos
y nos tienta con su transparente oferta.

  
Oda a Landauer

Holderlin

Loor al hombre de la casa profunda
en cuyos laberintos se instaló la sonrisa
donde el alma anchurosa y transparente
queda sometida al rigor del invierno y el olvido.

Repartiendo el fuego, azuzando la alegría
sin enturbiar el amor claro y doméstico
aquel que jamás peligra y tanto aviva
y se mortifica callando y perdiendo.

Demorando toda sensación de angustia
dejando el sol ovillado en los cristales
y en los bienes visibles que como el cielo
a la noche, integran la memoria del tiempo.

Ahí la mujer florece y sale al encuentro
del hombre cantando en sus entrañas
para edificar la profundidad del ser:
sangres pequeñas, manos, estrellas bifrontes.

Aunque en vano cada instante desnude
la alegría, aminore con furor los sentidos
la pulcritud y el orden de la eternidad
¡Oh corta dicha imperturbable y en movimiento!

Justo cuando la felicidad es completa
cuando envejecer no es un sacrificio
cuando la muerte no apura el orden inmortal
y es la luz la que avanza sin piedad, rapidísimo.


Hora nocturna
Karl Kraus

Noche de las noches, huyendo
tan pronto como la tocamos
ave de tal velocidad que ciega
su adelanto y anticipo: el día.

Noche de las noches, llegando
aposentándose en todos los temblores
y en la claridad de su parpadeo
la muerte cambia de estacionamiento.

Noches de las noches, volando
como si el hombre detuviera
la porfía de la existencia
y vida y muerte fueran solo indivisibles.

Texto inédito perteneciente a Reportaje al Salitre


Testimonio de Luis Díaz Salinas de profesión mercachifle, ex regidor, ex contador y actual boticario narrando las peripecias de los obreros pampinos y las aventuras que fue guardando en su memoria de la época gloriosa del apogeo del salitre.

Nací en un pueblo que se llama Lagunas, en la pampa. En 1905. Mi padre tenía una pequeña tienda y mi hermano mayor era el encargado de vender mercadería en las oficinas salitreras. Un día se me ocurrió salir también a mí. Mi padre no quería por nada que hiciera ese trabajo porque todavía andaba de pantalón corto. Entonces tenía 14 años. Un día junté varios cortes de género, pantalones, camisetas, calzoncillos: todo lo que se vendía en la tienda y salí a recorrer las oficinas del cantón sur: Centro y Nor Laguna, Granja, Iris, Buenaventura, Eslovania, Bellavista, Alianza, Brac (que después pasó a llamarse Victoria) y la estación de Pintado. Yo iba con un atado al hombro. Los que hacían ese trabajo eran conocidos como “mercachifles”. Había mucha gente que se dedicaba a vender mercaderías en las oficinas salitreras que eran recintos privados. Para llegar a Brac había que ir escondido. Mandaba por tren  a una familia con el paquete o el saco con mercadería y atrás llegaba para ofrecerla. No podía andar con el atado al hombro. En una oportunidad me llevaron detenido al cuartel de carabineros de la Oficina Alianza. El jefe de pulpería era el que más fregaba porque se daba cuenta que la gente de afuera vendía más barato porque en esos días eran muy frecuentes los abusos de la pulpería. No había control de precios y cobraban a su antojo.
Mi padre llegó a trabajar en las salitreras el siglo pasado. Estuvo trabajando en las oficinas salitreras Tres Marías y Primitiva en el Cantón Norte entre Catalina y Huara.
Yo recibí mi título de contador y más tarde una firma distribuidora me contrató para ir a cobrar a la pampa. Llevaba también en un maletín las muestras de los últimos productos llegados en el mes. En esa fecha no se conocía nada nacional. La mercadería en su mayor parte llegaba de Inglaterra. También venían muchas cosas de Alemania: ropa, calcetines de lana, papel de seda italiano y hasta los perritos para colgar la ropa eran de Suecia. En ese tiempo se usaba para escribir la famosa pluma “R”. En la época de carnaval se vendían cualquier cantidad de globos en la pampa porque todo el mundo jugaba con globos de agua.
Trabajé vendiendo mercaderías y cobrando en las Oficinas salitreras desde el año 24 al 29 desplazándome desde Lagunas hasta Pisagua. De manera que me tocó ver todo el esplendor del salitre, conviviendo con la gente, viendo cómo se desenvolvían las actividades del comercio en esos pueblos. Vi también cómo las empresas, en su mayoría inglesas, explotaban al obrero chileno con sueldos bajos, viviendo esta gente en condiciones misérrimas. Las casas de los obreros eran de calamina; algunas forradas con sacos. En invierno el frío se colaba por todos lados. Los obreros tenían que comprar por obligación en las pulperías. Las oficinas salitreras mantenían su sistema de pulpería, que era de propiedad de la propia compañía. Se vendía de todo: abarrote, mercadería, licores, pan; todo lo que consumía la población de ahí, que muchas oficinas hasta el año 1920 eran recintos cerrados, donde no podían entrar comerciantes. Pero en 1907 el obrero empezó a despertar mediante campañas de algunos dirigentes que iban y les hablaban y surgieron las primeras peticiones para que hubiera libertad de comercio y pudieran entrar comerciantes a las oficinas. Los obreros podían bajar a los pueblos pero les prohibían comprar licores y mercaderías. Traían, por ejemplo, una botella o una garrafa de vino y se las quebraban. Pedían también que en las pulperías se las dotara de balanzas porque en esos tiempos la gente llegaba a comprar 40 centavos de porotos, 40 de azúcar, un peso de arvejas, un peso de lentejas, un peso de garbanzos (porque en esa forma se compraba) y se los daban en paquetitos, sin pesar. Y en la noche después que se cerraba la pulpería los empleados empezaban a hacer paquetitos y tenían las estanterías llenas de paquetes con granos, té, azúcar y todo lo que se vendía en la pulpería. Porque la gente tenía el hábito de comprar todos los días, de a poco, de acuerdo con las necesidades. Y ahí surgió la costumbre de los paquetitos. Y entonces pedían que cada pulpería tuviera una balanza. Otras de las peticiones que hacían los obreros era que en caso de ser despedidos se les pagara 15 días de desahucio. Porque si el obrero le traía un reclamo al Jefe de pampa (o al corrector como también lo llamaban) porque le estaban pagando menos por el caliche que había extraído, le colocaban una carreta en la puerta de su casa y los muebles se los botaban a 500 metros de la oficina. Eso se producía al día siguiente de hacer algún reclamo. Entonces tenía que andar de oficina en oficina. Menos mal que con la escasez de mano de obra, había mucho trabajo en todas partes. Entonces le era fácil para el obrero trabajar en otra oficina.
En la pampa salitrera existía el obrero que trabajaba a jornal y que le pagaban todos los días. Pongamos por caso, 5 pesos diarios. Al obrero particular le entregaban un rajo como se llamaba y el hombre empezaba a cavarlo, a hacer sus cachorros como lo llamaban a los tiros para explotar y salían entonces unos bolones grandes. Entonces con los combos y barrotes había que partirlos para que pudieran ser maniobrados por sus propias manos. El hombre hacía unas pircas y a los dos meses (o cada mes) venía el Jefe de Pampa y a simple vista decía: -Aquí hay 80 carretadas. Pero patrón –reclamaba el obrero- yo he sacado la cuenta y aquí hay 150 carretadas. No, insistía el Jefe. Solo hay 80. Y si querís bien o si no, bien también. Entonces había abusos muy grandes porque el corrector cobraba las 150 carretadas y se quedaba con la diferencia. A veces el doble de lo que le habían pagado al obrero por dos meses de trabajo. El corrector, el jefe de pampa, era un hombre que a los pocos años se enriquecía. Hubo un caso en la oficina Granja donde un corrector que se asoción después con el jefe de pulpería se compraron un fundo en el sur y le pusieron “La Granja”…
Había gentes que llevaba el nombre de enganchadores. Una oficina le pedía que necesitaba 100 obreros y este hombre entonces se iba a Ovalle y a los pueblos cercanos o más al sur a buscar gente –juventud en su mayoría- cuyas edades fluctuaban entre los 20 y 24 años. Gente que ganaba muy poco en el campo y a las que le decía: -Miren, allá en la pampa van a ganar un jornal muy bueno y entonces los “enganchaban”. Venía un barco con 100 o 200 obreros. Ese era el trabajo del enganchador. Algunos llegaban solos, otros con sus familiares. Recuerdo que una vez en Laguna apareció un enganche grande para la Oficina Centro Lagunas. Esta gente llegó en su mayoría con su familia.
Los obreros pedían también ciertas condiciones de seguridad en el trabajo. (Con manuscrita: ver presentación del comité obrero de Tarapacá al señor Ministro del Interior y miembres del Congreso Nacional. “El desarrollo de la conciencia proletaria en Chile” por Enrique Reyes N. p. 160)). Mi padre trabajó en una oportunidad de llavero, que era el encargado de surtir los cachuchos del agua con los reactivos necesarios para echar el caliche molido en los chanchos. Los chanchos eran los molinos donde se molía el caliche. Acendraderas les llamaban –molinos o chachos- donde se molía el caliche y entonces quedaba del porte de un limón y lo echaban a estos cachuchos de una pieza grande rodeada de serpentinas por las cuales bajaba el agua hirviendo, caliente y se cocinaba el caliche. Entonces esto emanaba vapor y arriba el borde no tenía ninguna protección porque había una línea angostita para los carros de cobil (¿?) que llamaban, vaciaban el caliche. Entonces el obrero que trabajaba ahí, con unos zapatos de suela, generalmente humedecidos, corría el peligro de resbalarse. Mi padre se resbaló en una oportunidad y alcanzó a tomarse de un carro y se quemó uno de los tobillos. La gente pedía que a esos cachuchos se les dotara de barandillas. Y como para esto había que soldar, y eso significaba un gasto, simplemente los industriales no lo hacían. Nadie escuchaba las peticiones –que en algunas ocasiones presentaban en forma conjunta. Hubo un momento en que toda la pampa se declaró en huelga y bajaron a Iquique. Esto ocurrió en 1907, previo a la matanza. El intendente que era un señor Estsman Gana, que estaba en el sur en esos días –mi padre vivió esa tragedia por eso que le cuento con cierto lujo de detalle estas cosas- fue inmediatamente enviado por el gobierno a solucionar ese problema –luego que ya se habían enviado telegramas sobre lo que pedían los obreros –se reunió el gobierno con los principales industriales de Santiago y acordaron que todas estas peticiones iban a ser resueltas favorablemente. Ah, también entre las peticiones figuraban las quejas por el sistema de pago de fichas. Y otra queja fue porque en esos tiempos el peso chileno se avaluaba de acuerdo con el penique. El peso chileno bajó. Supongamos de 36 a 30 peniques. Esto significó una carestía en los artículos de consumo porque la mayoría de las cosas eran importadas. También subieron los fletes de los barcos. Los obreros pedían que no se bajaran los peniques como los llamaba la gente. Y en esos días de huelga, en la pampa, trabajaban muchos bolivianos. Y cuando le preguntaban a esos bolivianos ¿Y tú, qué es lo que reclamas? Ellos contestaban: -Los pequenes, puesss. Los pequenes, puesss. A estos bolivianos los traían como manadas desde el norte. Hubo un dirigente, John Briggs que fue para mi modo de ver el culpable de la matanza. Cuando estaban prácticamente solucionados la mayoría de los problemas, se encaprichó y como tenía un poder de influencia muy grande, insistía para que los obreros no regresaran a la pampa hasta que las autoridades y los industriales no resolvieran la totalidad de sus problemas. El comercio estaba alarmado porque corrían los más siniestros rumores que iban a saquear los negocios. Entonces los regimientos repartieron armas a los diversos comerciantes. A veces hasta 6 y 8 rifles por firma para que se defendieran en caso de ser atacados. Según algunas informaciones para esta oportunidad bajaron 20.000 obreros de las pampas y llegaron a Iquique. El día de la tragedia que fue un domingo, un día de sol, los obreros se fueron a la playa. El grupo que manejaba John Briggs se fue a la plaza Prat y entonces el comandante Silva Renard les ordenó que regresaran a la pampa porque los trenes estaban listos para salir. Entonces los obreros se vinieron a la Escuela Santa María. Entonces Silva Renard parlamentó con algunos de los dirigentes y ordenó a las tropas dirigirse a la Escuela Santa María. Cerraron las bocacalles. No existe un documento para demostrar lo que obligó a Silva Renard a dar la orden de disparar. Testigos de esa época aseguran que cuando Silva Renard trató de dirigirse a los obreros por medio de una bocina, de esos gramófonos antiguos, lo recibieron con una pifia. . Otras personas dicen que le tiraron un cartucho de dinamita. Entonces él ordenó hacer fuego. Fueron varias ráfagas de metralletas. Empezó la gritería. Inmediatamente vinieron soldados del Granaderos con lanzas y sacaron a toda la gente y se la llevaron por la calle Barros Arana y los hicieron subir a pie por los estanques del agua y allá arriba los esperaban los trenes para llevárselos a la pampa.

viernes, 3 de mayo de 2013



Llamado abierto a publicar la obra de Alfonso Alcalde.



   “Tomé 4/Mayo/1990. Llueve y la soledad es casi absoluta, casi perfecta, mejor que la muerte. Nadie llama o escribe ¿para qué?”

    Este texto se encuentra en la primera página de un libro de Alfonso Alcalde que rescaté de su biblioteca personal. Fue escrito por su puño y letra exactamente dos años y un día antes de su trágica muerte el 5 de mayo de 1992. La soledad de Alcalde abisma, y personalmente me duele cada año más. Sobre todo su soledad editorial. No entiendo muy bien las dificultades que ha tenido siempre su obra para ser publicada; tanto durante su vida, como después de su muerte. Rotos hoy los compromisos por parte de una importante casa editorial de publicar su obra casi a cabalidad, junto con el heredero de sus derechos, Hilario Alcalde, nos hemos decidido a hacer un llamado público para reeditar su obra. Sabemos que en este “negocio” no se enriquece absolutamente nadie, por lo menos monetariamente hablando. Esperamos que esas no hayan sido las razones por las que la casa editorial anteriormente mencionada dejó de interesarse en los proyectos de publicación de los que se había hablado, pero su falta de respuesta a llamados telefónicos y correos electrónicos han impedido cualquier tipo de comunicación que nos pudiera explicar sus razones. Como no las conocemos, nos abstenemos de juzgarlas. Sentimos sin embargo que se juega con la dignidad de un hombre que murió atormentado por la falta de interés en publicar sus trabajos. Es por eso que para nosotros es necesario e imperativo continuar con esta labor de impedir que se pierda el valioso mensaje de este escritor. Su espíritu luchó de muchas maneras en contra de una sociedad injusta que silenciaba y condenaba al olvido el trabajo de los artistas y de los más desposeídos. Su muerte podría parecernos una derrota en ese sentido, un síntoma más del nuevo estado de cosas que surgió con la instalación del neoliberalismo en el país. Sin embargo, acciones como esta nos hacen sentir que estamos dando una señal clara de que su legado no fue en vano. En sociedades como las nuestras, donde el lucro y el enriquecimiento dirigen la mayoría de nuestras vidas, consideramos que la defensa de una obra como la suya es un acto de resistencia.  Tenemos gran parte de su obra digitada, incluidas algunas obras inéditas. Necesitamos, por tanto, escuchar propuestas serias para llevar a cabo de la mejor forma posible trabajos de publicación y distribución de sus libros. Hay que repetir que con este tipo de trabajo nadie se enriquece; conocemos las dificultades del mundo editorial chileno, pero a lo menos que aspiramos es a un trato fluido y cortés que nos permita hacer un seguimiento adecuado de los proyectos, un compromiso serio con la dignidad del escritor y los involucrados en el proceso de edición.  Buscamos que la difusión de su trabajo se haga con la mayor dignidad posible, asegurando sobre todo su permanencia en el tiempo y una buena distribución de tal manera que la mayor cantidad de personas puedan acceder a su legado.
 Pueden hacer llegar sus proposiciones al siguiente correo librosdealfonsoalcalde@gmail.como. Para informarse sobre la vida y obra inédita y editada de Alfonso, pueden visitar el blog “Varaciones sobre el tema de Alfonso Alcade”, cuya dirección electrónica es elperegrinodelgolfo.blogspot.com. 

    Agradecemos desde ya su ayuda en la difusión de este comunicado.

    Estaremos esperando sus propuestas.

    Saludos a todos,

    Cristian Geisse N. / Hilario Alcalde U.    

Hay una cosa poderosa en Alfonso Alcalde que nos habla todavía

por Cristian Geisse Navarro

         Hay una cosa poderosa en Alfonso Alcalde que nos habla todavía.   Lo mejor es que nos va a seguir hablando por mucho rato. De eso se trata lo que quiero decirles ahora. He escrito mucho sobre él, y más allá de su extraña amistad que voy  a sostener aquí y hasta en el último de los infiernos, sé lo siguiente: está vivo. Y hablando. Y coleando. Él lo planeó así. Se puede morir y revivir. Lo dijo en tantos cuentos y tantos  poemas que no hay que tener duda que esto que yo quiero hacer ahora estaba dentro de sus delirantes planes. Planes para resucitar. Porque el hombre deliraba, de eso no debe caber la menor duda. Pero no mentía. Porque tenía fórmulas para entrar y salir de la muerte. Parece mentira pero es cierto, como la mayoría de las cosas que decía y que parecían inventos suyos. Alguna vez dijo que tenía 30 obras que nadie quería publicar. Como siempre  exageraba, pero no mentía. Yo las he visto. Y hay que destacar que desde muy temprano -ya por 1960 y tantos- y hasta sus últimas entrevistas declaró tener muchos libros terminados sin editor que se interesase. En 1971 señaló que eso era normal en un continente como el nuestro en el cual alguien como él había sido

         “un cesante consuetudinario de la literatura durante mucho tiempo, y como la mayoría     de los       escritores latinoamericanos, un escritor de galeras, o sea sumergido en un barco que no llegaba a ninguna parte. (…) Ahora bien, yo creo en la ley de la contradicción, creo que el subdesarrollo cultural crea la desmesura. Y ése fue el caso mío, es decir el de un hombre completamente desmesurado, que lleva cincuenta y ocho libros escritos, catorce de ellos publicados y que, por una circunstancia peculiar, bastante graciosa, y hasta irónica como culminación de todo un proceso, ahora puede publicar en un mes  cinco títulos. (…) La verdad es que empecé a acumular libros en forma muy natural puesto que producía sin posibilidad de publicar.”

         Gracias al Golpe Militar de 1973 su situación de precariedad volvió a su estado original y –al volver a Chile en 1982- volvió nuevamente a las galeras. Ahí quedó entonces un montón de material escrito. El año 1982 declaraba a la revista La bicicleta:

            ...aquí están terminados El árbol de la palabra –antología de los treinta poemas que más   me han impresionado-; Cupido a mansalva, poemas; Ojo por ojo, epigramas; el segundo tomo (serán 3) de la Historia de Salustio y Trúbico; Poemas para recitar cuando llegan las visitas, sonetos; El peregrino del golfo y Las aventuras de la pulga  Micaela, cuentos para niños. 

         Todos esos libros existen en realidad y se pueden encontrar en varios archivos que es absolutamente necesario conservar, estudiar y rescatar.  Parte de los textos que entrego para este dossier entonces ya estaban terminados en 1982. Y posiblemente mucho antes. Prueba de ello es una descripción bastante exacta que Alcalde hiciera el 8 de agosto de 1965 de “El árbol de la palabra” -que originalmente estaba pensado para que se incorporase a su obra imposible y total “El Panorama ante nosotros”-:

            …cuando se habla de influencias, hay que repetir lo que también se ha dicho hasta el       cansancio: el arte es una continuidad y no una ruptura. No se puede hablar de    influencias aisladas sino de un honesto resumen de influencias, en conjunto.
            En “El Panorama” se plantea este problema en el Canto 20 “La fórmula salvadora”,         para transcribir después una serie de traducciones y adaptaciones de numerosos poetas      entre los que figuran R.A. Schroer (¿Ya está avanzando el año?), T.S. Elliot (La canción de amor de J. Alfred Prufrock), Matthias Claudius (De cuando el hijo de nuestro príncipe murió en el mismo momento de nacer), Nikos Kazantsakis (Poemas), Hoelderlin (Oda a Landauer), Karl Kraus (Hora nocturna), Cristian Morgenstern (Perdido andaba en las montañas), J. Slauerhoff (Dama sola), Emily Dickinson (Es fácil inventar una vida), Goethe (Ansia dichosa), Bertold Brecht (En memoria de María A.),   Ezra Pound (Clara), George Trakl (Noche invernal), Wallace Stevens (Trece maneras de mirar un pájaro negro).
            En un poema tan extenso hay disponibilidad para ensayar muchos estilos, numerosas        formas. Lo importante es no enmarañarse en esta selva y tratar de recuperar la voz personal.

         ¡1965! Y todos esos poemas se encuentran en la versión que en 1991 inscribió en el registro de propiedad intelectual y que envió a alguna editorial que por supuesto jamás le respondió. Es absolutamente necesario entender que cuando hablamos de “El árbol de la palabra” no estamos hablando de una antología, sino más bien de un ejercicio completamente distinto, donde el poeta se apodera de la voz de otro poeta que admira, y hace lo que hoy llamaríamos un “cover”, una nueva versión en la cual él muestra su admiración, pero no abandona su propio sistema de imágenes ni su tono personal. Eso es fácil de demostrar cuando se confrontan las versiones de Alcalde con los originales de los poemas transcritos: hay una importante reelaboración del texto de tal manera que no debe cabernos duda de que estamos frente a  otro texto distinto, a veces por el tono, a veces por el tema, a veces por notables modificaciones en su estructura.  Esta hermosa conciencia de la naturaleza del discurso poético, de las posibilidades de desdoblamiento de un autor, de las formas de hacer patente un sistema de preferencias me parece sumamente inteligente y digna de rescatarse. Y qué sistema de preferencias: desde poesía aymara, pasando por canciones populares y poetas del siglo XVIII y XIX, hasta las últimas vanguardias de su época.
         Pero además quisiera dejar publicado en este dossier otra parte tan distinta de su obra, muestra de la desopilante variedad de sus registros: los chascarros de El Salustio y El Trúbico. Ya he declarado en otro lugar que para mí, a pesar de las pifias y errores que se pueden encontrar en los inconfundibles relatos propios de estos dos personajes, se encuentra en ellos parte de lo mejor y más auténtico de nuestra literatura; por sus vuelos poéticos, por su delirios narrativos, por su rescate de las culturas populares, por sus desbordes imaginativos y la hilaridad que alcanzan.
         Como les decía, Alfonso Alcalde tiene aún muchas cosas que decirnos; verdades puras, duras y maduras. Creámosle entonces. Recordemos que nos advirtió que “la poesía no muere, solo duerme”: otra verdad que se hace fuego en él.  Y aquí entonces hay unos retazos del rugiente y entrañable Entorchado que surge del agua después de haberse diseminado en la fragmentación, para darnos un anuncio de resucitamiento y de una pesca abundante y fructífera. Se los dejo sabiendo que es poco. Pero avisando también que ya vendrán más. Porque como les dije, Alcalde está vivo. Y coleando.  

Variaciones sobre el tema de Alfonso Alcalde
(Punta Arenas, 1921–Tomé, 1992)

por Cristián Geisse Navarro.

1. Alcalde puede considerarse uno de nuestros últimos poetas omnívoros. Artistas en busca desesperada de la totalidad, de abarcar el mundo poéticamente, tratando de no perder nada en el abrazo; inventariando paisajes, personas, situaciones; sedientos de vida, de amor, de muerte; intentando convertirse ellos mismos en poesía. En ese sentido no hay medias tintas y para él “poesía y vida son una sola prisión sin escape”, también “la raíz primera y última”, “el espejo privado y colectivo”, “la célula de identidad en suma”. Habría que partir desde ahí entonces, desde la idea de que Alcalde fue –entre las cientos de miles de cosas que fue– antes que nada, primero que todo, poeta. Y digamos que eso parecía coordinar su angustia, su diseminación, su apuesta. Fue también cuentista, novelista, dramaturgo. Fue también guionista, periodista, titiritero, artista plástico, editor. Fue también picapedrero, recepcionista, obrero, minero, pescador, contrabandista. Pero sobre todo poeta. Por eso para él la “poesía no muere, solo duerme” y toma múltiples formas. Y avanza y retrocede, pierde y encuentra, vence y es derrotada. Pero está constituida por una materia tal que puede abarcarlo todo, que puede soportarlo todo y permanecer. Permite “nombrar el árbol y ser el árbol”, “pasar transmutado o alquilado”, “entrar en todas las cosas y no permanecer sino en el recuerdo del olvido, en la esperanza y desesperanza y en otros quiméricos juegos de palabras”, por eso para él “todo lo humano debe ser escrito y detallado” y va de las aldeas a las galaxias, de la cantina a la guerra, del amor a la muerte, de la infancia al suicidio, del hambre a la saciedad, de la tortura al perdón, del abismo al éxtasis, con un hambre insaciable por reunir en totalidad la enorme dispersión y multiplicidad de sus tentativas e intereses.

2. A pesar de lo anterior, Alcalde es un poeta inseguro, contradictorio, desigual, fragmentario. Humano al fin y al cabo, porque esa parece ser su base primordial: poeta en tanto hombre. Ni dios, ni profeta, ni bufón; poeta en tanto hombre. Sus profundos cuestionamientos, vivencias y exaltación de la condición humana, deben considerarse entonces uno de sus puntos de partida.

3. El 5 de mayo de 1992 Alcalde toma su cinturón y lo usa para ahorcarse en una humilde casa de Tomé, lugar donde también nacía “ocasionalmente”, según sus propias palabras. El tema fue abordado poética y narrativamente en algunos de sus textos. Ejemplos sobran: en El panorama ante nosotros (1969) encontramos un poema titulado “El ahorcado”; uno de sus poemas conocidos póstumamente se titula “Salmo de los suicidas”; varios de sus cuentos terminan con el autoexterminio de sus protagonistas, aunque también con sus respectivas resurrecciones. Prueba todo esto de lo muy compenetrados que se encontraban sus proyectos vitales y artísticos. Varios años antes habían tomado decisiones parecidas Violeta Parra, y Pablo de Rokha, dos de sus maestros. Alcalde no reprocha sus decisiones, las considera propias de “gente que no teme a la muerte” y sigue su mismo camino, finalizando su vida a los 71 años, triste, cansado y pobre, pero después de haber tocado la vida con intensidad y desmesura, de haber apostado mucho, de haber perdido mucho, de haber ganado otro tanto.

4. Cada día es más difícil encontrar obras tan profundamente identificadas con nuestras culturas populares. Carnavalización, realismo grotesco, miserabilismo, surrealismo popular, son motes que al vuelo podrían servir para definir su inclasificable producción literaria. Sus relatos, por ejemplo, se conectan con una tradición que, uno podría decir, parte en Baldomero Lillo, continúa con Manuel Rojas, González Vera, Nicomedes Guzmán, Carlos Droguett y otros autores que realizaron comprometidos retratos de los sectores más desposeídos de nuestro país. Aunque posiblemente ninguno de ellos haya incorporado con tanta eficacia y vitalidad el humor que brota de estos grupos humanos. Alone, algo escandalizado con sus libertades estilísticas, sus acercamientos a temas sexuales, suspicaz ante esta incorporación del humor en los cuentos de El auriga Tristán Cardenilla (1967), advierte: “¿A qué se debe esta intermitente relajación en escritor tan sin duda bien dotado y capaz de excelencias? Tememos que al ambiente de las radios frecuentado por Alfonso Alcalde y a su humorismo truculento y orientado hacia la hez. Muy difícil respirar esa atmósfera sin contagiarse un poco. La gravitación del bajo auditorio, que envilece a las audiciones populares, se transmite a los libretistas de más categoría y va poco a poco bombardeándolos, cargando el acento de la grosería, de los detalles puercos y la broma obscena”. Era precisamente ese “bajo auditorio” y esos “envilecidos auditores populares”, la verdadera fascinación de Alcalde: “Soy uno de ellos, puedo estar en cualquier parte como en mi casa, con cualquiera de ellos, que son los más marginados de todos los marginados”. Ya en 1973, seis años después, respondería indirectamente a este tipo de críticas en las palabras de presentación de Las aventuras del Salustio y el Trúbico, uno de los libros más hilarantes de nuestra literatura: “Se trata –dice– de movilizar esta fortuna del humor que nos cayó en gracia para la desdicha de los tontos graves y los huevones a la vela”. Es así como toda la obra de este autor se desvive en hacer patente la cosmovisión de nuestras culturas populares, aunque sin mensajes políticos, sin denuncia, “sin compromisos facilones”, en el decir de Gonzalo Rojas.

5. El cruce de lo culto y lo popular fue un desafío para él, muestra de lo cual es la extraordinaria epopeya “de características tradicionales, sin principio ni fin” que escribiera utilizando un marco estructural derivado de las propuestas de Neruda y de Rokha. Las incursiones de estos dos poetas en la “épica social” monumentalizaba a los pobres de nuestro territorio, sirviendo de base para las experimentaciones formales y temáticas de Alcalde. Por supuesto, su libro El panorama ante nosotros es muchísimo más que eso. Irregular como casi todo texto de su extensión, en sus versos se encuentran contenidos más de veinte años de experimentaciones poéticas que pasan por la creación de sonetos, poemas vanguardistas, coqueteos con la antipoesía e imitaciones carnavalescas de tradiciones clásicas en los que se aprecia también toda una galería de personajes populares cuyas voces y retratos atraviesan un descomunal friso, formando parte de uno de los más extraños experimentos poéticos de los que se tenga noticia en nuestro país y que en su momento hizo pensar a Ángel Rama y a Carlos Droguett que Alcalde era “la nueva voz genial de la poesía chilena”. El panorama ante nosotros es, en todo caso, un proyecto no finalizado que –de acuerdo a las declaraciones de su autor– terminaría dando cabida a toda su producción literaria. A él iban a agregarse cuentos, poemas, ensayos, obras de teatro, convirtiéndose en un modelo para armar que –si se quiere– todavía se encuentra en construcción, pues los libros que Alcalde tenía destinado para incorporarlos a él aún permanecen inéditos y pueden hallarse en sus archivos personales.

6. Alfonso Alcalde Ferrer nace en 1921 en Punta Arenas. Tiene lugar entonces el inicio de ese “largo folletín” que el poeta consideró su vida. Y su apreciación no parece tan disparatada. Algunos ejemplos: gracias a un tío, que al final era su hermano, vio de lejos a su madre que lo había abandonado siendo sólo un niño. A los 17 años huye de su casa para recorrer como “vagabundo libre y total” parte de Sudamérica. Chile, Argentina, Bolivia, Brasil. Hace de todo: ayudante de panadero, maderero en las minas bolivianas, traficante de caballos en el Matto Grosso, cuervo de una funeraria, nochero en hoteles de “pasajeros urgentes”, cuidador de jardines, y una lista casi interminable de oficios de sobrevivencia. A los 25 años vuelve a Chile, cae enfermo de tuberculosis y pasa un año en un hospital. Luego se instala en Concepción donde “vivía de lunes a viernes en un ‘volteadero’ y de sábado a domingo dormía en el cerro, sobre un banco del parque, pasando momentos de delirios alcohólicos, con fantasmas y todas esas confusiones de la locura”. Se casa cinco veces. La quinta es la vencida: junto a Ceidy Ushinsky, a partir de 1964, ponen una “fábrica de poemas y amor”. Cuando todo va viento en popa, habiendo ganado cierto reconocimiento, gozando de los dividendos de su trabajo como periodista y escritor, el Golpe de Estado lo sorprende en Uruguay y debe ir al exilio. Vaga con su familia por Rumania, España, Israel. Y vuelve a hacer de todo para sobrevivir: artesanías, encargado de la letra O de un diccionario, editor de revistas. La nostalgia sin embargo lo obliga a volver. Retorna a Chile en 1979, pero ya nada es igual. Las puertas se empiezan a cerrar con más frecuencia. Experimenta grandes dificultades para publicar, para trabajar, para subsistir. Y vuelven a sucederse periodos de euforia, alternados con profundas depresiones. De extremo a extremo, de polo a polo, la exageración y el ensimismamiento, la parálisis y el frenesí, casi no hay puntos medios. Toda su vida parece haber sido así. Y entonces la vejez, la ceguera, la pobreza. Y una última huida para buscar la muerte y la soledad. Un tango. Un verdadero folletín. Una vida admirable, no obstante.

7. 1946. Alcalde publica su primer libro de poemas: Balada para la ciudad muerta. Lo hizo bajo el alero de Pablo Neruda, quien fue un primer lector de sus poemas. Él le había buscado un trabajo en Santiago, consiguió que editaran sus textos en Nascimento y le escribió un prólogo para el poemario. Alcalde, sin embargo, reúne toda la tirada y –mediando una garrafa de vino y otra de parafina– la quema en una “ceremonia jubilosa” aunque “bárbara y a lo mejor un tanto justa”. Afortunadamente se salva un ejemplar, recatado posteriormente por Naín Nómez en una antología de sus poemas titulada Siempre escrito en el agua (1998). Se notan allí importantes acercamientos a la estética de Residencia en la tierra, posible razón de la autocensura de Alcalde. Con Neruda nada volvió a ser igual y no está muy claro si éste perdonó alguna vez el gesto que Alcalde calificara como de “definitiva responsabilidad poética”. Después de tal ceremonia, no volvió a publicar en por lo menos veinte años.

8. De vuelta en Concepción, vive la vida del artista pobre: trabajos ocasionales, algo de periodismo, obrero en fábricas y lo que viniera. Todo para pagar tiempo para escribir. Recién en 1967 publica un libro de relatos: El auriga Tristán Cardenilla que da cuenta de sus evidentes dotes como narrador. En el mismo campo le seguirán Alegría Provisoria (1968), El sentimiento que te di (1971) y Las Aventuras del Salustio y el Trúbico (1973). A pesar de la calidad de sus cuentos, apenas si aparecen en antologías de narrativa chilena. La “mala cueva de los Alcalde”, diría el escritor. Convengamos, sin embargo, que ese supuesto olvido le asienta bastante bien a su voluntad de outsider, de marginal, de lobo estepario, como se lo ha calificado en varias ocasiones.

9. En el terreno de la poesía, se suele relacionar a Alcalde con la llamada Generación del ’50. Y su incorporación taxonómica a ese grupo, no hace sino confirmar la característica que casi todos los estudiosos atribuyen a la promoción: una heterogeneidad que hace difícil la tarea descriptiva. Y es que Alcalde no se parece a Lihn, ni a Teillier, tampoco a Arteche. Pero también tiene puntos comunes con todos ellos: ciertas reflexiones metapoéticas y metalingüísticas, algo de las percepciones míticas de la aldea, acercamientos a la religiosidad y a la problemática de la condición humana. Y lo hace mediante experimentaciones formales que van desde aproximaciones a estrofas clásicas pasando por el vanguardismo y la parodia. También pareciéndose a veces a Neruda por un lado, a de Rokha por otro. Pero siendo profundamente él mismo, sin renuncias, llegando a elaborar una obra que por su sed de totalidad, fragmentarismo, existencialismo, mística hedonista, excesos, contención, grotesco y minimalismo, es contradictoria pero inconfundible.

10. Para algunos, Alcalde es el primer beatnik chileno.

11. Además de Ejercicios con el tema de la rosa y algunas reediciones de Crista y Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte, Alfonso Alcalde no volvió a publicar poesía, a excepción, posiblemente, de Qué crimen no cometieron, un poema de connotaciones políticas que apareció en una revista en 1978, durante su exilio en Israel. Sin embargo, no para de escribir y deja una serie de libros póstumos: Salmos cotidianos, El árbol de la palabra, Poemas para recitar cuando llegan las visitas, y muchos otros de índole tan distinta cada uno, que no deja de sorprender su versatilidad e incesante afán experimental. A excepción del primero, que fue publicado dentro de la antología Siempre escrito en el agua, editada por Lom en 1998, ninguno de los mencionados ha visto la luz todavía, y permanecen inéditos, junto a una enorme serie de textos narrativos, dramáticos y periodísticos que dejó sin publicar, en espera de un trabajo investigativo que ya ha sido abordado por algunos con éxitos relativos, pero que todavía aguarda una revisión total que nos permita apreciar enteramente el “absurdo tesoro de la miseria” que lo obsesionó durante toda su vida y que nos dejara por herencia.

12. Muy a su gusto, sin embargo, Alcalde sigue siendo un marginal entre los especialistas. Si bien al final de sus días se quejó de un enorme olvido y abandono, su obra había gozado del reconocimiento de artistas, escritores y críticos quienes celebraron su obra. Carlos Droguett, José Donoso, José Miguel Varas, Pablo Neruda, Pablo de Rokha, Gonzalo Rojas, Ignacio Valente, Filebo, Jaime Concha, Ángel Rama, Naín Nómez, entre tantos otros, han celebrado sus aciertos. Todavía, sin embargo, su producción no cuenta con estudios académicos que den cuenta cabal de su trabajo. Y Alcalde así, aún se mantiene orgullosamente con la mitad del cuerpo fuera del canon.

13.  Si bien la recepción crítica ha sido moderada, y su obra sigue teniendo dificultades para convertirse en materia de especialistas, su aceptación dentro de lectores más informales es subterránea, pero llena de entusiastas. Continuamente se montan trabajos teatrales basados en sus cuentos, poemas y dramaturgia.  Andrés Pérez adaptó La Consagración de la pobreza tres años después de su muerte; en 1998 la Compañía de Teatro “La Trompeta” ganó varios premios en el Festival de Nuevas Tendencias Teatrales con un montaje basado en sus cuentos; durante el 2007 en Concepción se montó una obra que bajo el título de Alcalde renueva la visión en torno a su vida y su producción literaria. El teatro “Ictus”, Tennison Ferrada, Eugenio Dittborn (padre) y Sergio Vodanovic anteriormente habían manifestado un enorme interés por llevar sus escritos a escena. Y para qué hablar de las innumerables propuestas llevadas a cabo por compañías del teatro underground de todo Chile.  También los payasos y el mundo circense en general, tienen una especial devoción a su obra, posiblemente porque gran parte de su temática se encuentra estrechamente ligada al mundo de los circos pobres chilenos. Por otra parte, los jóvenes suelen ver en su labor un ejemplo de versatilidad, rebeldía e independencia. Y su identificación con nuestras culturas populares es de tal forma genuina, que gran parte de su obra tiene una inmensa acogida dentro de esos sectores hasta el día de hoy. Todo esto es prueba de que su entrega, su marginalidad, su sacrificio, no fueron en vano y que su trabajo no se perderá nunca, debido a la fuerza y autenticidad que la gente sigue percibiendo en su producción.

14. La resurrección es un tema recurrente en cuentos y poemas de Alfonso Alcalde. El Entorchado, león roñoso, protagonista de su cuento “El peregrino del Golfo”, se ofrece al sacrificio y es descuartizado por pescadores hambrientos para servir como carnada. Después de lograr una pesca fructífera, sacan sus fragmentos del interior de los pescados y lo vuelven a armar, cosiéndolo con pita de saco. Así, “al regresar al puerto en la lancha semihundida (señal inconfundible de la pesca fructífera), el león venía abrazado con la tripulación, sonriendo y saludando a la distinguida concurrencia que esperaba en el muell”. En el poema “Toro muy numeroso”, se repite la idea y se muestra una comilona donde después de descuartizar al animal y devorárselo, “en la borrachera final/ los comedores se abrazaron/ y dentro de sus entrañas/ reunieron de nuevo a la bestia”. En el cuento “El sentimiento que te di”, un caballo con problemas existenciales se suicida lanzándose al mar por un precipicio, respondiendo a esa “honrada necesidad para destruirse sin resentimientos”. Al caer, sin embargo, se disgrega y segmenta en miles de fragmentos que terminan convertidos en un caballo desbocado que corre “con la irremediable fuerza de las olas que chocan de repente contra los acantilados”. Creo que hay ahí también una última clave para comprender a Alcalde: su muerte y su fragmentación son vida y totalidad. Yo espero que este texto se comprenda también de esa forma. Tal como él dijera sobre la poesía, su obra “no está muerta, sólo duerme” y siendo fiel con sus designios, su desaparición no debiera parecernos sino una etapa que precede a la reconstrucción, a las señales inconfundibles de una pesca fructífera, de una bestia que se reúne en nuestras entrañas o que, después de despedazarse en los acantilados, sigue corriendo desbocada.