Hay
una cosa poderosa en Alfonso Alcalde que nos habla todavía
por Cristian Geisse Navarro
por Cristian Geisse Navarro
Hay una cosa poderosa en Alfonso Alcalde que nos habla
todavía. Lo mejor es que nos va a
seguir hablando por mucho rato. De eso se trata lo que quiero decirles ahora.
He escrito mucho sobre él, y más allá de su extraña amistad que voy a sostener aquí y hasta en el último de los
infiernos, sé lo siguiente: está vivo. Y hablando. Y coleando. Él lo planeó
así. Se puede morir y revivir. Lo dijo en tantos cuentos y tantos poemas que no hay que tener duda que esto que
yo quiero hacer ahora estaba dentro de sus delirantes planes. Planes para
resucitar. Porque el hombre deliraba, de eso no debe caber la menor duda. Pero no
mentía. Porque tenía fórmulas para entrar y salir de la muerte. Parece mentira
pero es cierto, como la mayoría de las cosas que decía y que parecían inventos
suyos. Alguna vez dijo que tenía 30 obras que nadie quería publicar. Como
siempre exageraba, pero no mentía. Yo
las he visto. Y hay que destacar que desde muy temprano -ya por 1960 y tantos-
y hasta sus últimas entrevistas declaró tener muchos libros terminados sin
editor que se interesase. En 1971 señaló que eso era normal en un continente
como el nuestro en el cual alguien como él había sido
“un cesante consuetudinario de la literatura
durante mucho tiempo, y como la mayoría de
los escritores latinoamericanos, un escritor
de galeras, o sea sumergido en un barco que no llegaba a ninguna parte. (…) Ahora bien, yo creo en la ley de
la contradicción, creo que el
subdesarrollo cultural crea la desmesura. Y ése fue el caso mío, es decir el de
un hombre completamente desmesurado, que
lleva cincuenta y ocho libros escritos, catorce
de ellos publicados y que, por una circunstancia peculiar, bastante graciosa, y hasta irónica como culminación de
todo un proceso, ahora puede publicar en un mes cinco títulos. (…) La verdad es que empecé a acumular libros en
forma muy natural puesto que producía
sin posibilidad de publicar.”
Gracias al Golpe Militar de 1973 su situación de precariedad
volvió a su estado original y –al volver a Chile en 1982- volvió nuevamente a
las galeras. Ahí quedó entonces un montón de material escrito. El año 1982
declaraba a la revista La bicicleta:
...aquí están terminados El árbol de
la palabra –antología de los treinta poemas que más me han impresionado-; Cupido a mansalva, poemas; Ojo por ojo,
epigramas; el segundo tomo (serán 3)
de la Historia de Salustio y Trúbico; Poemas para recitar cuando llegan las visitas, sonetos; El
peregrino del golfo y Las aventuras de la pulga Micaela, cuentos para niños.
Todos esos libros existen en realidad y se pueden encontrar
en varios archivos que es absolutamente necesario conservar, estudiar y
rescatar. Parte de los textos que
entrego para este dossier entonces ya estaban terminados en 1982. Y
posiblemente mucho antes. Prueba de ello es una descripción bastante exacta que
Alcalde hiciera el 8 de agosto de 1965 de “El árbol de la palabra” -que
originalmente estaba pensado para que se incorporase a su obra imposible y
total “El Panorama ante nosotros”-:
…cuando se habla de influencias, hay
que repetir lo que también se ha dicho hasta el cansancio: el arte es una continuidad y no una ruptura. No se
puede hablar de influencias aisladas
sino de un honesto resumen de influencias, en conjunto.
En “El Panorama” se plantea este
problema en el Canto 20 “La fórmula salvadora”, para transcribir después una serie de traducciones y adaptaciones
de numerosos poetas entre los que
figuran R.A. Schroer (¿Ya está avanzando el año?), T.S. Elliot (La canción de amor de J. Alfred Prufrock), Matthias
Claudius (De cuando el hijo de nuestro príncipe
murió en el mismo momento de nacer), Nikos Kazantsakis (Poemas), Hoelderlin (Oda a Landauer), Karl Kraus
(Hora nocturna), Cristian Morgenstern (Perdido
andaba en las montañas), J. Slauerhoff (Dama sola), Emily Dickinson (Es fácil inventar una vida), Goethe (Ansia
dichosa), Bertold Brecht (En memoria de María A.), Ezra Pound (Clara), George Trakl (Noche invernal), Wallace Stevens
(Trece maneras de mirar un pájaro
negro).
En un poema tan extenso hay
disponibilidad para ensayar muchos estilos, numerosas formas. Lo importante es no enmarañarse en esta selva y tratar
de recuperar la voz personal.
¡1965! Y todos esos poemas se
encuentran en la versión que en 1991 inscribió en el registro de propiedad
intelectual y que envió a alguna editorial que por supuesto jamás le respondió. Es
absolutamente necesario entender que cuando hablamos de “El árbol de la
palabra” no estamos hablando de una antología, sino más bien de un ejercicio
completamente distinto, donde el poeta se apodera de la voz de otro poeta que
admira, y hace lo que hoy llamaríamos un “cover”, una nueva versión en la cual
él muestra su admiración, pero no abandona su propio sistema de imágenes ni su
tono personal. Eso es fácil de demostrar cuando se confrontan las versiones de
Alcalde con los originales de los poemas transcritos: hay una importante
reelaboración del texto de tal manera que no debe cabernos duda de que estamos
frente a otro texto distinto, a veces
por el tono, a veces por el tema, a veces por notables modificaciones en su
estructura. Esta hermosa conciencia de
la naturaleza del discurso poético, de las posibilidades de desdoblamiento de
un autor, de las formas de hacer patente un sistema de preferencias me parece
sumamente inteligente y digna de rescatarse. Y qué sistema de preferencias:
desde poesía aymara, pasando por canciones populares y poetas del siglo XVIII y
XIX, hasta las últimas vanguardias de su época.
Pero además quisiera dejar publicado en este dossier otra parte tan distinta de su
obra, muestra de la desopilante variedad de sus registros: los chascarros de El
Salustio y El Trúbico. Ya he declarado en otro lugar que para mí, a pesar de
las pifias y errores que se pueden encontrar en los inconfundibles relatos
propios de estos dos personajes, se encuentra en ellos parte de lo mejor y más
auténtico de nuestra literatura; por sus vuelos poéticos, por su delirios
narrativos, por su rescate de las culturas populares, por sus desbordes
imaginativos y la hilaridad que alcanzan.
Como les decía, Alfonso Alcalde tiene aún muchas cosas que
decirnos; verdades puras, duras y maduras. Creámosle entonces. Recordemos que
nos advirtió que “la poesía no muere, solo duerme”: otra verdad que se hace
fuego en él. Y aquí entonces hay unos
retazos del rugiente y entrañable Entorchado
que surge del agua después de haberse diseminado en la fragmentación, para
darnos un anuncio de resucitamiento y de una pesca abundante y fructífera. Se
los dejo sabiendo que es poco. Pero avisando también que ya vendrán más. Porque
como les dije, Alcalde está vivo. Y coleando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario