Testimonio de Luis Díaz Salinas de profesión
mercachifle, ex regidor, ex contador y actual boticario narrando las peripecias
de los obreros pampinos y las aventuras que fue guardando en su memoria de la
época gloriosa del apogeo del salitre.
Nací en un pueblo que se llama Lagunas,
en la pampa. En 1905. Mi padre tenía una pequeña tienda y mi hermano mayor era
el encargado de vender mercadería en las oficinas salitreras. Un día se me
ocurrió salir también a mí. Mi padre no quería por nada que hiciera ese trabajo
porque todavía andaba de pantalón corto. Entonces tenía 14 años. Un día junté
varios cortes de género, pantalones, camisetas, calzoncillos: todo lo que se
vendía en la tienda y salí a recorrer las oficinas del cantón sur: Centro y Nor
Laguna, Granja, Iris, Buenaventura, Eslovania, Bellavista, Alianza, Brac (que
después pasó a llamarse Victoria) y la estación de Pintado. Yo iba con un atado
al hombro. Los que hacían ese trabajo eran conocidos como “mercachifles”. Había
mucha gente que se dedicaba a vender mercaderías en las oficinas salitreras que
eran recintos privados. Para llegar a Brac había que ir escondido. Mandaba por
tren a una familia con el paquete o el
saco con mercadería y atrás llegaba para ofrecerla. No podía andar con el atado
al hombro. En una oportunidad me llevaron detenido al cuartel de carabineros de
la Oficina Alianza. El jefe de pulpería era el que más fregaba porque se daba
cuenta que la gente de afuera vendía más barato porque en esos días eran muy
frecuentes los abusos de la pulpería. No había control de precios y cobraban a
su antojo.
Mi padre llegó a trabajar en las
salitreras el siglo pasado. Estuvo trabajando en las oficinas salitreras Tres
Marías y Primitiva en el Cantón Norte entre Catalina y Huara.
Yo recibí mi título de contador y más
tarde una firma distribuidora me contrató para ir a cobrar a la pampa. Llevaba
también en un maletín las muestras de los últimos productos llegados en el mes.
En esa fecha no se conocía nada nacional. La mercadería en su mayor parte
llegaba de Inglaterra. También venían muchas cosas de Alemania: ropa,
calcetines de lana, papel de seda italiano y hasta los perritos para colgar la
ropa eran de Suecia. En ese tiempo se usaba para escribir la famosa pluma “R”.
En la época de carnaval se vendían cualquier cantidad de globos en la pampa
porque todo el mundo jugaba con globos de agua.
Trabajé vendiendo mercaderías y cobrando
en las Oficinas salitreras desde el año 24 al 29 desplazándome desde Lagunas
hasta Pisagua. De manera que me tocó ver todo el esplendor del salitre,
conviviendo con la gente, viendo cómo se desenvolvían las actividades del
comercio en esos pueblos. Vi también cómo las empresas, en su mayoría inglesas,
explotaban al obrero chileno con sueldos bajos, viviendo esta gente en
condiciones misérrimas. Las casas de los obreros eran de calamina; algunas
forradas con sacos. En invierno el frío se colaba por todos lados. Los obreros
tenían que comprar por obligación en las pulperías. Las oficinas salitreras
mantenían su sistema de pulpería, que era de propiedad de la propia compañía.
Se vendía de todo: abarrote, mercadería, licores, pan; todo lo que consumía la
población de ahí, que muchas oficinas hasta el año 1920 eran recintos cerrados,
donde no podían entrar comerciantes. Pero en 1907 el obrero empezó a despertar
mediante campañas de algunos dirigentes que iban y les hablaban y surgieron las
primeras peticiones para que hubiera libertad de comercio y pudieran entrar
comerciantes a las oficinas. Los obreros podían bajar a los pueblos pero les
prohibían comprar licores y mercaderías. Traían, por ejemplo, una botella o una
garrafa de vino y se las quebraban. Pedían también que en las pulperías se las
dotara de balanzas porque en esos tiempos la gente llegaba a comprar 40
centavos de porotos, 40 de azúcar, un peso de arvejas, un peso de lentejas, un
peso de garbanzos (porque en esa forma se compraba) y se los daban en
paquetitos, sin pesar. Y en la noche después que se cerraba la pulpería los
empleados empezaban a hacer paquetitos y tenían las estanterías llenas de
paquetes con granos, té, azúcar y todo lo que se vendía en la pulpería. Porque
la gente tenía el hábito de comprar todos los días, de a poco, de acuerdo con
las necesidades. Y ahí surgió la costumbre de los paquetitos. Y entonces pedían
que cada pulpería tuviera una balanza. Otras de las peticiones que hacían los
obreros era que en caso de ser despedidos se les pagara 15 días de desahucio.
Porque si el obrero le traía un reclamo al Jefe de pampa (o al corrector como
también lo llamaban) porque le estaban pagando menos por el caliche que había
extraído, le colocaban una carreta en la puerta de su casa y los muebles se los
botaban a 500 metros de la oficina. Eso se producía al día siguiente de hacer
algún reclamo. Entonces tenía que andar de oficina en oficina. Menos mal que
con la escasez de mano de obra, había mucho trabajo en todas partes. Entonces
le era fácil para el obrero trabajar en otra oficina.
En la pampa salitrera existía el obrero
que trabajaba a jornal y que le pagaban todos los días. Pongamos por caso, 5
pesos diarios. Al obrero particular le entregaban un rajo como se llamaba y el
hombre empezaba a cavarlo, a hacer sus cachorros como lo llamaban a los tiros para
explotar y salían entonces unos bolones grandes. Entonces con los combos y
barrotes había que partirlos para que pudieran ser maniobrados por sus propias
manos. El hombre hacía unas pircas y a los dos meses (o cada mes) venía el Jefe
de Pampa y a simple vista decía: -Aquí hay 80 carretadas. Pero patrón
–reclamaba el obrero- yo he sacado la cuenta y aquí hay 150 carretadas. No,
insistía el Jefe. Solo hay 80. Y si querís bien o si no, bien también. Entonces
había abusos muy grandes porque el corrector cobraba las 150 carretadas y se
quedaba con la diferencia. A veces el doble de lo que le habían pagado al
obrero por dos meses de trabajo. El corrector, el jefe de pampa, era un hombre
que a los pocos años se enriquecía. Hubo un caso en la oficina Granja donde un
corrector que se asoción después con el jefe de pulpería se compraron un fundo
en el sur y le pusieron “La Granja”…
Había gentes que llevaba el nombre de
enganchadores. Una oficina le pedía que necesitaba 100 obreros y este hombre
entonces se iba a Ovalle y a los pueblos cercanos o más al sur a buscar gente
–juventud en su mayoría- cuyas edades fluctuaban entre los 20 y 24 años. Gente
que ganaba muy poco en el campo y a las que le decía: -Miren, allá en la pampa
van a ganar un jornal muy bueno y entonces los “enganchaban”. Venía un barco
con 100 o 200 obreros. Ese era el trabajo del enganchador. Algunos llegaban
solos, otros con sus familiares. Recuerdo que una vez en Laguna apareció un
enganche grande para la Oficina Centro Lagunas. Esta gente llegó en su mayoría
con su familia.
Los obreros pedían también ciertas condiciones de
seguridad en el trabajo. (Con manuscrita: ver presentación del comité obrero de
Tarapacá al señor Ministro del Interior y miembres del Congreso Nacional. “El
desarrollo de la conciencia proletaria en Chile” por Enrique Reyes N. p. 160)).
Mi padre trabajó en una oportunidad de llavero,
que era el encargado de surtir los cachuchos del agua con los reactivos
necesarios para echar el caliche molido en los chanchos. Los chanchos eran los
molinos donde se molía el caliche. Acendraderas
les llamaban –molinos o chachos- donde se molía el caliche y entonces quedaba
del porte de un limón y lo echaban a estos cachuchos de una pieza grande
rodeada de serpentinas por las cuales bajaba el agua hirviendo, caliente y se
cocinaba el caliche. Entonces esto emanaba vapor y arriba el borde no tenía
ninguna protección porque había una línea angostita para los carros de cobil
(¿?) que llamaban, vaciaban el caliche. Entonces el obrero que trabajaba ahí, con
unos zapatos de suela, generalmente humedecidos, corría el peligro de
resbalarse. Mi padre se resbaló en una oportunidad y alcanzó a tomarse de un
carro y se quemó uno de los tobillos. La gente pedía que a esos cachuchos se
les dotara de barandillas. Y como para esto había que soldar, y eso significaba
un gasto, simplemente los industriales no lo hacían. Nadie escuchaba las
peticiones –que en algunas ocasiones presentaban en forma conjunta. Hubo un
momento en que toda la pampa se declaró en huelga y bajaron a Iquique. Esto
ocurrió en 1907, previo a la matanza. El intendente que era un señor
Estsman Gana, que estaba en el sur en esos días –mi padre vivió esa tragedia
por eso que le cuento con cierto lujo de detalle estas cosas- fue
inmediatamente enviado por el gobierno a solucionar ese problema –luego que ya
se habían enviado telegramas sobre lo que pedían los obreros –se reunió el
gobierno con los principales industriales de Santiago y acordaron que todas
estas peticiones iban a ser resueltas favorablemente. Ah, también entre las
peticiones figuraban las quejas por el sistema de pago de fichas. Y otra
queja fue porque en esos tiempos el peso chileno se avaluaba de acuerdo con el
penique. El peso chileno bajó. Supongamos de 36 a 30 peniques. Esto significó una
carestía en los artículos de consumo porque la mayoría de las cosas eran
importadas. También subieron los fletes de los barcos. Los obreros pedían que
no se bajaran los peniques como los llamaba la gente. Y en esos días de huelga,
en la pampa, trabajaban muchos bolivianos. Y cuando le preguntaban a esos
bolivianos ¿Y tú, qué es lo que reclamas? Ellos contestaban: -Los pequenes,
puesss. Los pequenes, puesss. A estos bolivianos los traían como manadas
desde el norte. Hubo un dirigente, John Briggs que fue para mi modo de ver
el culpable de la matanza. Cuando estaban prácticamente solucionados la mayoría
de los problemas, se encaprichó y como tenía un poder de influencia muy grande,
insistía para que los obreros no regresaran a la pampa hasta que las autoridades
y los industriales no resolvieran la totalidad de sus problemas. El comercio
estaba alarmado porque corrían los más siniestros rumores que iban a saquear
los negocios. Entonces los regimientos repartieron armas a los diversos
comerciantes. A veces hasta 6 y 8 rifles por firma para que se defendieran en
caso de ser atacados. Según algunas informaciones para esta oportunidad bajaron
20.000 obreros de las pampas y llegaron a Iquique. El día de la tragedia que
fue un domingo, un día de sol, los obreros se fueron a la playa. El grupo que
manejaba John Briggs se fue a la plaza Prat y entonces el comandante Silva
Renard les ordenó que regresaran a la pampa porque los trenes estaban listos
para salir. Entonces los obreros se vinieron a la Escuela Santa María. Entonces
Silva Renard parlamentó con algunos de los dirigentes y ordenó a las tropas
dirigirse a la Escuela Santa María. Cerraron las bocacalles. No existe un
documento para demostrar lo que obligó a Silva Renard a dar la orden de
disparar. Testigos de esa época aseguran que cuando Silva Renard trató de
dirigirse a los obreros por medio de una bocina, de esos gramófonos antiguos,
lo recibieron con una pifia. . Otras personas dicen que le tiraron un cartucho
de dinamita. Entonces él ordenó hacer fuego. Fueron varias ráfagas de
metralletas. Empezó la gritería. Inmediatamente vinieron soldados del
Granaderos con lanzas y sacaron a toda la gente y se la llevaron por la calle
Barros Arana y los hicieron subir a pie por los estanques del agua y allá
arriba los esperaban los trenes para llevárselos a la pampa.
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