martes, 14 de mayo de 2013

Texto inédito perteneciente a Reportaje al Salitre


Testimonio de Luis Díaz Salinas de profesión mercachifle, ex regidor, ex contador y actual boticario narrando las peripecias de los obreros pampinos y las aventuras que fue guardando en su memoria de la época gloriosa del apogeo del salitre.

Nací en un pueblo que se llama Lagunas, en la pampa. En 1905. Mi padre tenía una pequeña tienda y mi hermano mayor era el encargado de vender mercadería en las oficinas salitreras. Un día se me ocurrió salir también a mí. Mi padre no quería por nada que hiciera ese trabajo porque todavía andaba de pantalón corto. Entonces tenía 14 años. Un día junté varios cortes de género, pantalones, camisetas, calzoncillos: todo lo que se vendía en la tienda y salí a recorrer las oficinas del cantón sur: Centro y Nor Laguna, Granja, Iris, Buenaventura, Eslovania, Bellavista, Alianza, Brac (que después pasó a llamarse Victoria) y la estación de Pintado. Yo iba con un atado al hombro. Los que hacían ese trabajo eran conocidos como “mercachifles”. Había mucha gente que se dedicaba a vender mercaderías en las oficinas salitreras que eran recintos privados. Para llegar a Brac había que ir escondido. Mandaba por tren  a una familia con el paquete o el saco con mercadería y atrás llegaba para ofrecerla. No podía andar con el atado al hombro. En una oportunidad me llevaron detenido al cuartel de carabineros de la Oficina Alianza. El jefe de pulpería era el que más fregaba porque se daba cuenta que la gente de afuera vendía más barato porque en esos días eran muy frecuentes los abusos de la pulpería. No había control de precios y cobraban a su antojo.
Mi padre llegó a trabajar en las salitreras el siglo pasado. Estuvo trabajando en las oficinas salitreras Tres Marías y Primitiva en el Cantón Norte entre Catalina y Huara.
Yo recibí mi título de contador y más tarde una firma distribuidora me contrató para ir a cobrar a la pampa. Llevaba también en un maletín las muestras de los últimos productos llegados en el mes. En esa fecha no se conocía nada nacional. La mercadería en su mayor parte llegaba de Inglaterra. También venían muchas cosas de Alemania: ropa, calcetines de lana, papel de seda italiano y hasta los perritos para colgar la ropa eran de Suecia. En ese tiempo se usaba para escribir la famosa pluma “R”. En la época de carnaval se vendían cualquier cantidad de globos en la pampa porque todo el mundo jugaba con globos de agua.
Trabajé vendiendo mercaderías y cobrando en las Oficinas salitreras desde el año 24 al 29 desplazándome desde Lagunas hasta Pisagua. De manera que me tocó ver todo el esplendor del salitre, conviviendo con la gente, viendo cómo se desenvolvían las actividades del comercio en esos pueblos. Vi también cómo las empresas, en su mayoría inglesas, explotaban al obrero chileno con sueldos bajos, viviendo esta gente en condiciones misérrimas. Las casas de los obreros eran de calamina; algunas forradas con sacos. En invierno el frío se colaba por todos lados. Los obreros tenían que comprar por obligación en las pulperías. Las oficinas salitreras mantenían su sistema de pulpería, que era de propiedad de la propia compañía. Se vendía de todo: abarrote, mercadería, licores, pan; todo lo que consumía la población de ahí, que muchas oficinas hasta el año 1920 eran recintos cerrados, donde no podían entrar comerciantes. Pero en 1907 el obrero empezó a despertar mediante campañas de algunos dirigentes que iban y les hablaban y surgieron las primeras peticiones para que hubiera libertad de comercio y pudieran entrar comerciantes a las oficinas. Los obreros podían bajar a los pueblos pero les prohibían comprar licores y mercaderías. Traían, por ejemplo, una botella o una garrafa de vino y se las quebraban. Pedían también que en las pulperías se las dotara de balanzas porque en esos tiempos la gente llegaba a comprar 40 centavos de porotos, 40 de azúcar, un peso de arvejas, un peso de lentejas, un peso de garbanzos (porque en esa forma se compraba) y se los daban en paquetitos, sin pesar. Y en la noche después que se cerraba la pulpería los empleados empezaban a hacer paquetitos y tenían las estanterías llenas de paquetes con granos, té, azúcar y todo lo que se vendía en la pulpería. Porque la gente tenía el hábito de comprar todos los días, de a poco, de acuerdo con las necesidades. Y ahí surgió la costumbre de los paquetitos. Y entonces pedían que cada pulpería tuviera una balanza. Otras de las peticiones que hacían los obreros era que en caso de ser despedidos se les pagara 15 días de desahucio. Porque si el obrero le traía un reclamo al Jefe de pampa (o al corrector como también lo llamaban) porque le estaban pagando menos por el caliche que había extraído, le colocaban una carreta en la puerta de su casa y los muebles se los botaban a 500 metros de la oficina. Eso se producía al día siguiente de hacer algún reclamo. Entonces tenía que andar de oficina en oficina. Menos mal que con la escasez de mano de obra, había mucho trabajo en todas partes. Entonces le era fácil para el obrero trabajar en otra oficina.
En la pampa salitrera existía el obrero que trabajaba a jornal y que le pagaban todos los días. Pongamos por caso, 5 pesos diarios. Al obrero particular le entregaban un rajo como se llamaba y el hombre empezaba a cavarlo, a hacer sus cachorros como lo llamaban a los tiros para explotar y salían entonces unos bolones grandes. Entonces con los combos y barrotes había que partirlos para que pudieran ser maniobrados por sus propias manos. El hombre hacía unas pircas y a los dos meses (o cada mes) venía el Jefe de Pampa y a simple vista decía: -Aquí hay 80 carretadas. Pero patrón –reclamaba el obrero- yo he sacado la cuenta y aquí hay 150 carretadas. No, insistía el Jefe. Solo hay 80. Y si querís bien o si no, bien también. Entonces había abusos muy grandes porque el corrector cobraba las 150 carretadas y se quedaba con la diferencia. A veces el doble de lo que le habían pagado al obrero por dos meses de trabajo. El corrector, el jefe de pampa, era un hombre que a los pocos años se enriquecía. Hubo un caso en la oficina Granja donde un corrector que se asoción después con el jefe de pulpería se compraron un fundo en el sur y le pusieron “La Granja”…
Había gentes que llevaba el nombre de enganchadores. Una oficina le pedía que necesitaba 100 obreros y este hombre entonces se iba a Ovalle y a los pueblos cercanos o más al sur a buscar gente –juventud en su mayoría- cuyas edades fluctuaban entre los 20 y 24 años. Gente que ganaba muy poco en el campo y a las que le decía: -Miren, allá en la pampa van a ganar un jornal muy bueno y entonces los “enganchaban”. Venía un barco con 100 o 200 obreros. Ese era el trabajo del enganchador. Algunos llegaban solos, otros con sus familiares. Recuerdo que una vez en Laguna apareció un enganche grande para la Oficina Centro Lagunas. Esta gente llegó en su mayoría con su familia.
Los obreros pedían también ciertas condiciones de seguridad en el trabajo. (Con manuscrita: ver presentación del comité obrero de Tarapacá al señor Ministro del Interior y miembres del Congreso Nacional. “El desarrollo de la conciencia proletaria en Chile” por Enrique Reyes N. p. 160)). Mi padre trabajó en una oportunidad de llavero, que era el encargado de surtir los cachuchos del agua con los reactivos necesarios para echar el caliche molido en los chanchos. Los chanchos eran los molinos donde se molía el caliche. Acendraderas les llamaban –molinos o chachos- donde se molía el caliche y entonces quedaba del porte de un limón y lo echaban a estos cachuchos de una pieza grande rodeada de serpentinas por las cuales bajaba el agua hirviendo, caliente y se cocinaba el caliche. Entonces esto emanaba vapor y arriba el borde no tenía ninguna protección porque había una línea angostita para los carros de cobil (¿?) que llamaban, vaciaban el caliche. Entonces el obrero que trabajaba ahí, con unos zapatos de suela, generalmente humedecidos, corría el peligro de resbalarse. Mi padre se resbaló en una oportunidad y alcanzó a tomarse de un carro y se quemó uno de los tobillos. La gente pedía que a esos cachuchos se les dotara de barandillas. Y como para esto había que soldar, y eso significaba un gasto, simplemente los industriales no lo hacían. Nadie escuchaba las peticiones –que en algunas ocasiones presentaban en forma conjunta. Hubo un momento en que toda la pampa se declaró en huelga y bajaron a Iquique. Esto ocurrió en 1907, previo a la matanza. El intendente que era un señor Estsman Gana, que estaba en el sur en esos días –mi padre vivió esa tragedia por eso que le cuento con cierto lujo de detalle estas cosas- fue inmediatamente enviado por el gobierno a solucionar ese problema –luego que ya se habían enviado telegramas sobre lo que pedían los obreros –se reunió el gobierno con los principales industriales de Santiago y acordaron que todas estas peticiones iban a ser resueltas favorablemente. Ah, también entre las peticiones figuraban las quejas por el sistema de pago de fichas. Y otra queja fue porque en esos tiempos el peso chileno se avaluaba de acuerdo con el penique. El peso chileno bajó. Supongamos de 36 a 30 peniques. Esto significó una carestía en los artículos de consumo porque la mayoría de las cosas eran importadas. También subieron los fletes de los barcos. Los obreros pedían que no se bajaran los peniques como los llamaba la gente. Y en esos días de huelga, en la pampa, trabajaban muchos bolivianos. Y cuando le preguntaban a esos bolivianos ¿Y tú, qué es lo que reclamas? Ellos contestaban: -Los pequenes, puesss. Los pequenes, puesss. A estos bolivianos los traían como manadas desde el norte. Hubo un dirigente, John Briggs que fue para mi modo de ver el culpable de la matanza. Cuando estaban prácticamente solucionados la mayoría de los problemas, se encaprichó y como tenía un poder de influencia muy grande, insistía para que los obreros no regresaran a la pampa hasta que las autoridades y los industriales no resolvieran la totalidad de sus problemas. El comercio estaba alarmado porque corrían los más siniestros rumores que iban a saquear los negocios. Entonces los regimientos repartieron armas a los diversos comerciantes. A veces hasta 6 y 8 rifles por firma para que se defendieran en caso de ser atacados. Según algunas informaciones para esta oportunidad bajaron 20.000 obreros de las pampas y llegaron a Iquique. El día de la tragedia que fue un domingo, un día de sol, los obreros se fueron a la playa. El grupo que manejaba John Briggs se fue a la plaza Prat y entonces el comandante Silva Renard les ordenó que regresaran a la pampa porque los trenes estaban listos para salir. Entonces los obreros se vinieron a la Escuela Santa María. Entonces Silva Renard parlamentó con algunos de los dirigentes y ordenó a las tropas dirigirse a la Escuela Santa María. Cerraron las bocacalles. No existe un documento para demostrar lo que obligó a Silva Renard a dar la orden de disparar. Testigos de esa época aseguran que cuando Silva Renard trató de dirigirse a los obreros por medio de una bocina, de esos gramófonos antiguos, lo recibieron con una pifia. . Otras personas dicen que le tiraron un cartucho de dinamita. Entonces él ordenó hacer fuego. Fueron varias ráfagas de metralletas. Empezó la gritería. Inmediatamente vinieron soldados del Granaderos con lanzas y sacaron a toda la gente y se la llevaron por la calle Barros Arana y los hicieron subir a pie por los estanques del agua y allá arriba los esperaban los trenes para llevárselos a la pampa.

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