Variaciones
sobre el tema de Alfonso Alcalde
(Punta
Arenas, 1921–Tomé, 1992)
por
Cristián Geisse Navarro.
1. Alcalde puede considerarse
uno de nuestros últimos poetas omnívoros. Artistas en busca desesperada de la
totalidad, de abarcar el mundo poéticamente, tratando de no perder nada en el
abrazo; inventariando paisajes, personas, situaciones; sedientos de vida, de
amor, de muerte; intentando convertirse ellos mismos en poesía. En ese sentido
no hay medias tintas y para él “poesía y vida son una sola prisión sin escape”,
también “la raíz primera y última”, “el espejo privado y colectivo”, “la célula
de identidad en suma”. Habría que partir desde ahí entonces, desde la idea de
que Alcalde fue –entre las cientos de miles de cosas que fue– antes que nada, primero
que todo, poeta. Y digamos que eso parecía coordinar su angustia, su
diseminación, su apuesta. Fue también cuentista, novelista, dramaturgo. Fue
también guionista, periodista, titiritero, artista plástico, editor. Fue
también picapedrero, recepcionista, obrero, minero, pescador, contrabandista.
Pero sobre todo poeta. Por eso para él la “poesía no muere, solo duerme” y toma
múltiples formas. Y avanza y retrocede, pierde y encuentra, vence y es
derrotada. Pero está constituida por una materia tal que puede abarcarlo todo,
que puede soportarlo todo y permanecer. Permite “nombrar el árbol y ser el
árbol”, “pasar transmutado o alquilado”, “entrar en todas las cosas y no
permanecer sino en el recuerdo del olvido, en la esperanza y desesperanza y en
otros quiméricos juegos de palabras”, por eso para él “todo lo humano debe ser
escrito y detallado” y va de las aldeas a las galaxias, de la cantina a la
guerra, del amor a la muerte, de la infancia al suicidio, del hambre a la
saciedad, de la tortura al perdón, del abismo al éxtasis, con un hambre
insaciable por reunir en totalidad la enorme dispersión y multiplicidad de sus
tentativas e intereses.
2. A pesar de lo anterior,
Alcalde es un poeta inseguro, contradictorio, desigual, fragmentario. Humano al
fin y al cabo, porque esa parece ser su base primordial: poeta en tanto hombre.
Ni dios, ni profeta, ni bufón; poeta en tanto hombre. Sus profundos
cuestionamientos, vivencias y exaltación de la condición humana, deben
considerarse entonces uno de sus puntos de partida.
3. El 5 de mayo de 1992
Alcalde toma su cinturón y lo usa para ahorcarse en una humilde casa de Tomé,
lugar donde también nacía “ocasionalmente”, según sus propias palabras. El tema
fue abordado poética y narrativamente en algunos de sus textos. Ejemplos
sobran: en El panorama ante nosotros
(1969) encontramos un poema titulado “El ahorcado”; uno de sus poemas conocidos
póstumamente se titula “Salmo de los suicidas”; varios de sus cuentos terminan
con el autoexterminio de sus protagonistas, aunque también con sus respectivas
resurrecciones. Prueba todo esto de lo muy compenetrados que se encontraban sus
proyectos vitales y artísticos. Varios años antes habían tomado decisiones
parecidas Violeta Parra, y Pablo de Rokha, dos de sus maestros. Alcalde no reprocha
sus decisiones, las considera propias de “gente que no teme a la muerte” y
sigue su mismo camino, finalizando su vida a los 71 años, triste, cansado y
pobre, pero después de haber tocado la vida con intensidad y desmesura, de
haber apostado mucho, de haber perdido mucho, de haber ganado otro tanto.
4. Cada día es más
difícil encontrar obras tan profundamente identificadas con nuestras culturas
populares. Carnavalización, realismo grotesco, miserabilismo, surrealismo
popular, son motes que al vuelo podrían servir para definir su inclasificable
producción literaria. Sus relatos, por ejemplo, se conectan con una tradición
que, uno podría decir, parte en Baldomero Lillo, continúa con Manuel Rojas,
González Vera, Nicomedes Guzmán, Carlos Droguett y otros autores que realizaron
comprometidos retratos de los sectores más desposeídos de nuestro país. Aunque
posiblemente ninguno de ellos haya incorporado con tanta eficacia y vitalidad
el humor que brota de estos grupos humanos. Alone, algo escandalizado con sus
libertades estilísticas, sus acercamientos a temas sexuales, suspicaz ante esta
incorporación del humor en los cuentos de El
auriga Tristán Cardenilla (1967), advierte: “¿A qué se debe esta
intermitente relajación en escritor tan sin duda bien dotado y capaz de
excelencias? Tememos que al ambiente de las radios frecuentado por Alfonso
Alcalde y a su humorismo truculento y orientado hacia la hez. Muy difícil
respirar esa atmósfera sin contagiarse un poco. La gravitación del bajo
auditorio, que envilece a las audiciones populares, se transmite a los
libretistas de más categoría y va poco a poco bombardeándolos, cargando el
acento de la grosería, de los detalles puercos y la broma obscena”. Era
precisamente ese “bajo auditorio” y esos “envilecidos auditores populares”, la
verdadera fascinación de Alcalde: “Soy uno de ellos, puedo estar en cualquier
parte como en mi casa, con cualquiera de ellos, que son los más marginados de
todos los marginados”. Ya en 1973, seis años después, respondería
indirectamente a este tipo de críticas en las palabras de presentación de Las aventuras del Salustio y el Trúbico,
uno de los libros más hilarantes de nuestra literatura: “Se trata –dice– de
movilizar esta fortuna del humor que nos cayó en gracia para la desdicha de los
tontos graves y los huevones a la vela”. Es así como toda la obra de este autor
se desvive en hacer patente la cosmovisión de nuestras culturas populares,
aunque sin mensajes políticos, sin denuncia, “sin compromisos facilones”, en el
decir de Gonzalo Rojas.
5. El cruce de lo culto
y lo popular fue un desafío para él, muestra de lo cual es la extraordinaria
epopeya “de características tradicionales, sin principio ni fin” que escribiera
utilizando un marco estructural derivado de las propuestas de Neruda y de Rokha.
Las incursiones de estos dos poetas en la “épica social” monumentalizaba a los
pobres de nuestro territorio, sirviendo de base para las experimentaciones
formales y temáticas de Alcalde. Por supuesto, su libro El panorama ante nosotros es muchísimo más que eso. Irregular como
casi todo texto de su extensión, en sus versos se encuentran contenidos más de
veinte años de experimentaciones poéticas que pasan por la creación de sonetos,
poemas vanguardistas, coqueteos con la antipoesía e imitaciones carnavalescas
de tradiciones clásicas en los que se aprecia también toda una galería de
personajes populares cuyas voces y retratos atraviesan un descomunal friso,
formando parte de uno de los más extraños experimentos poéticos de los que se
tenga noticia en nuestro país y que en su momento hizo pensar a Ángel Rama y a
Carlos Droguett que Alcalde era “la nueva voz genial de la poesía chilena”. El panorama ante nosotros es, en todo
caso, un proyecto no finalizado que –de acuerdo a las declaraciones de su
autor– terminaría dando cabida a toda su producción literaria. A él iban a
agregarse cuentos, poemas, ensayos, obras de teatro, convirtiéndose en un
modelo para armar que –si se quiere– todavía se encuentra en construcción, pues
los libros que Alcalde tenía destinado para incorporarlos a él aún permanecen
inéditos y pueden hallarse en sus archivos personales.
6. Alfonso Alcalde Ferrer nace
en 1921 en Punta Arenas. Tiene lugar entonces el inicio de ese “largo folletín”
que el poeta consideró su vida. Y su apreciación no parece tan disparatada.
Algunos ejemplos: gracias a un tío, que al final era su hermano, vio de lejos a
su madre que lo había abandonado siendo sólo un niño. A los 17 años huye de su
casa para recorrer como “vagabundo libre y total” parte de Sudamérica. Chile,
Argentina, Bolivia, Brasil. Hace de todo: ayudante de panadero, maderero en las
minas bolivianas, traficante de caballos en el Matto Grosso, cuervo de una
funeraria, nochero en hoteles de “pasajeros urgentes”, cuidador de jardines, y
una lista casi interminable de oficios de sobrevivencia. A los 25 años vuelve a
Chile, cae enfermo de tuberculosis y pasa un año en un hospital. Luego se
instala en Concepción donde “vivía de lunes a viernes en un ‘volteadero’ y de
sábado a domingo dormía en el cerro, sobre un banco del parque, pasando
momentos de delirios alcohólicos, con fantasmas y todas esas confusiones de la
locura”. Se casa cinco veces. La quinta es la vencida: junto a Ceidy Ushinsky,
a partir de 1964, ponen una “fábrica de poemas y amor”. Cuando todo va viento
en popa, habiendo ganado cierto reconocimiento, gozando de los dividendos de su
trabajo como periodista y escritor, el Golpe de Estado lo sorprende en Uruguay
y debe ir al exilio. Vaga con su familia por Rumania, España, Israel. Y vuelve a
hacer de todo para sobrevivir: artesanías, encargado de la letra O de un
diccionario, editor de revistas. La nostalgia sin embargo lo obliga a volver.
Retorna a Chile en 1979, pero ya nada es igual. Las puertas se empiezan a
cerrar con más frecuencia. Experimenta grandes dificultades para publicar, para
trabajar, para subsistir. Y vuelven a sucederse periodos de euforia, alternados
con profundas depresiones. De extremo a extremo, de polo a polo, la exageración
y el ensimismamiento, la parálisis y el frenesí, casi no hay puntos medios.
Toda su vida parece haber sido así. Y entonces la vejez, la ceguera, la
pobreza. Y una última huida para buscar la muerte y la soledad. Un tango. Un
verdadero folletín. Una vida admirable, no obstante.
7. 1946. Alcalde publica su primer libro de poemas: Balada para la ciudad muerta. Lo hizo bajo el alero de Pablo
Neruda, quien fue un primer lector de sus poemas. Él le había buscado un
trabajo en Santiago, consiguió que editaran sus textos en Nascimento y le
escribió un prólogo para el poemario. Alcalde, sin embargo, reúne toda la
tirada y –mediando una garrafa de vino y otra de parafina– la quema en una
“ceremonia jubilosa” aunque “bárbara y a lo mejor un tanto justa”.
Afortunadamente se salva un ejemplar, recatado posteriormente por Naín Nómez en
una antología de sus poemas titulada Siempre
escrito en el agua (1998). Se notan allí importantes acercamientos a la
estética de Residencia en la tierra,
posible razón de la autocensura de Alcalde. Con Neruda nada volvió a ser igual y
no está muy claro si éste perdonó alguna vez el gesto que Alcalde calificara
como de “definitiva responsabilidad poética”. Después de tal ceremonia, no
volvió a publicar en por lo menos veinte años.
8. De vuelta en
Concepción, vive la vida del artista pobre: trabajos ocasionales, algo de
periodismo, obrero en fábricas y lo que viniera. Todo para pagar tiempo para
escribir. Recién en 1967 publica un libro de relatos: El auriga Tristán Cardenilla que da cuenta de sus evidentes dotes
como narrador. En el mismo campo le seguirán Alegría Provisoria (1968), El
sentimiento que te di (1971) y Las
Aventuras del Salustio y el Trúbico (1973). A pesar de la calidad de sus
cuentos, apenas si aparecen en antologías de narrativa chilena. La “mala cueva
de los Alcalde”, diría el escritor. Convengamos, sin embargo, que ese supuesto
olvido le asienta bastante bien a su voluntad de outsider, de marginal, de lobo estepario, como se lo ha calificado
en varias ocasiones.
9. En el terreno de la
poesía, se suele relacionar a Alcalde con la llamada Generación del ’50. Y su
incorporación taxonómica a ese grupo, no hace sino confirmar la característica
que casi todos los estudiosos atribuyen a la promoción: una heterogeneidad que
hace difícil la tarea descriptiva. Y es que Alcalde no se parece a Lihn, ni a
Teillier, tampoco a Arteche. Pero también tiene puntos comunes con todos ellos:
ciertas reflexiones metapoéticas y metalingüísticas, algo de las percepciones
míticas de la aldea, acercamientos a la religiosidad y a la problemática de la
condición humana. Y lo hace mediante experimentaciones formales que van desde
aproximaciones a estrofas clásicas pasando por el vanguardismo y la parodia.
También pareciéndose a veces a Neruda por un lado, a de Rokha por otro. Pero
siendo profundamente él mismo, sin renuncias, llegando a elaborar una obra que
por su sed de totalidad, fragmentarismo, existencialismo, mística hedonista,
excesos, contención, grotesco y minimalismo, es contradictoria pero
inconfundible.
10. Para algunos,
Alcalde es el primer beatnik chileno.
11. Además de Ejercicios con el tema de la rosa y
algunas reediciones de Crista y Variaciones sobre el tema del amor y de la
muerte, Alfonso Alcalde no volvió a publicar poesía, a excepción,
posiblemente, de Qué crimen no cometieron,
un poema de connotaciones políticas que apareció en una revista en 1978,
durante su exilio en Israel. Sin embargo, no para de escribir y deja una serie
de libros póstumos: Salmos cotidianos,
El árbol de la palabra, Poemas para recitar cuando llegan las visitas,
y muchos otros de índole tan distinta cada uno, que no deja de sorprender su
versatilidad e incesante afán experimental. A excepción del primero, que fue
publicado dentro de la antología Siempre
escrito en el agua, editada por Lom en 1998, ninguno de los mencionados ha
visto la luz todavía, y permanecen inéditos, junto a una enorme serie de textos
narrativos, dramáticos y periodísticos que dejó sin publicar, en espera de un
trabajo investigativo que ya ha sido abordado por algunos con éxitos relativos,
pero que todavía aguarda una revisión total que nos permita apreciar
enteramente el “absurdo tesoro de la miseria” que lo obsesionó durante toda su
vida y que nos dejara por herencia.
12. Muy a su gusto, sin
embargo, Alcalde sigue siendo un marginal entre los especialistas. Si bien al
final de sus días se quejó de un enorme olvido y abandono, su obra había gozado
del reconocimiento de artistas, escritores y críticos quienes celebraron su
obra. Carlos Droguett, José Donoso, José Miguel Varas, Pablo Neruda, Pablo de
Rokha, Gonzalo Rojas, Ignacio Valente, Filebo, Jaime Concha, Ángel Rama, Naín
Nómez, entre tantos otros, han celebrado sus aciertos. Todavía, sin embargo, su
producción no cuenta con estudios académicos que den cuenta cabal de su
trabajo. Y Alcalde así, aún se mantiene orgullosamente con la mitad del cuerpo
fuera del canon.
13. Si bien la recepción crítica ha sido
moderada, y su obra sigue teniendo dificultades para convertirse en materia de
especialistas, su aceptación dentro de lectores más informales es subterránea,
pero llena de entusiastas. Continuamente se montan trabajos teatrales basados
en sus cuentos, poemas y dramaturgia.
Andrés Pérez adaptó La
Consagración de la pobreza tres años después de su muerte; en 1998 la
Compañía de Teatro “La Trompeta” ganó varios premios en el Festival de Nuevas
Tendencias Teatrales con un montaje basado en sus cuentos; durante el 2007 en
Concepción se montó una obra que bajo el título de Alcalde renueva la visión en torno a su vida y su producción literaria.
El teatro “Ictus”, Tennison Ferrada, Eugenio Dittborn (padre) y Sergio
Vodanovic anteriormente habían manifestado un enorme interés por llevar sus
escritos a escena. Y para qué hablar de las innumerables propuestas llevadas a
cabo por compañías del teatro underground
de todo Chile. También los payasos y el
mundo circense en general, tienen una especial devoción a su obra, posiblemente
porque gran parte de su temática se encuentra estrechamente ligada al mundo de
los circos pobres chilenos. Por otra parte, los jóvenes suelen ver en su labor
un ejemplo de versatilidad, rebeldía e independencia. Y su identificación con
nuestras culturas populares es de tal forma genuina, que gran parte de su obra
tiene una inmensa acogida dentro de esos sectores hasta el día de hoy. Todo
esto es prueba de que su entrega, su marginalidad, su sacrificio, no fueron en
vano y que su trabajo no se perderá nunca, debido a la fuerza y autenticidad
que la gente sigue percibiendo en su producción.
14. La resurrección es un tema
recurrente en cuentos y poemas de Alfonso Alcalde. El Entorchado, león roñoso,
protagonista de su cuento “El peregrino del Golfo”, se ofrece al sacrificio y
es descuartizado por pescadores hambrientos para servir como carnada. Después
de lograr una pesca fructífera, sacan sus fragmentos del interior de los
pescados y lo vuelven a armar, cosiéndolo con pita de saco. Así, “al regresar
al puerto en la lancha semihundida (señal inconfundible de la pesca
fructífera), el león venía abrazado con la tripulación, sonriendo y saludando a
la distinguida concurrencia que esperaba en el muell”. En el poema “Toro muy
numeroso”, se repite la idea y se muestra una comilona donde después de
descuartizar al animal y devorárselo, “en la borrachera final/ los comedores se
abrazaron/ y dentro de sus entrañas/ reunieron de nuevo a la bestia”. En el
cuento “El sentimiento que te di”, un caballo con problemas existenciales se
suicida lanzándose al mar por un precipicio, respondiendo a esa “honrada
necesidad para destruirse sin resentimientos”. Al caer, sin embargo, se
disgrega y segmenta en miles de fragmentos que terminan convertidos en un
caballo desbocado que corre “con la irremediable fuerza de las olas que chocan
de repente contra los acantilados”. Creo que hay ahí también una última clave
para comprender a Alcalde: su muerte y su fragmentación son vida y totalidad.
Yo espero que este texto se comprenda también de esa forma. Tal como él dijera
sobre la poesía, su obra “no está muerta, sólo duerme” y siendo fiel con sus
designios, su desaparición no debiera parecernos sino una etapa que precede a
la reconstrucción, a las señales inconfundibles de una pesca fructífera, de una
bestia que se reúne en nuestras entrañas o que, después de despedazarse en los
acantilados, sigue corriendo desbocada.
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