viernes, 3 de mayo de 2013


Variaciones sobre el tema de Alfonso Alcalde
(Punta Arenas, 1921–Tomé, 1992)

por Cristián Geisse Navarro.

1. Alcalde puede considerarse uno de nuestros últimos poetas omnívoros. Artistas en busca desesperada de la totalidad, de abarcar el mundo poéticamente, tratando de no perder nada en el abrazo; inventariando paisajes, personas, situaciones; sedientos de vida, de amor, de muerte; intentando convertirse ellos mismos en poesía. En ese sentido no hay medias tintas y para él “poesía y vida son una sola prisión sin escape”, también “la raíz primera y última”, “el espejo privado y colectivo”, “la célula de identidad en suma”. Habría que partir desde ahí entonces, desde la idea de que Alcalde fue –entre las cientos de miles de cosas que fue– antes que nada, primero que todo, poeta. Y digamos que eso parecía coordinar su angustia, su diseminación, su apuesta. Fue también cuentista, novelista, dramaturgo. Fue también guionista, periodista, titiritero, artista plástico, editor. Fue también picapedrero, recepcionista, obrero, minero, pescador, contrabandista. Pero sobre todo poeta. Por eso para él la “poesía no muere, solo duerme” y toma múltiples formas. Y avanza y retrocede, pierde y encuentra, vence y es derrotada. Pero está constituida por una materia tal que puede abarcarlo todo, que puede soportarlo todo y permanecer. Permite “nombrar el árbol y ser el árbol”, “pasar transmutado o alquilado”, “entrar en todas las cosas y no permanecer sino en el recuerdo del olvido, en la esperanza y desesperanza y en otros quiméricos juegos de palabras”, por eso para él “todo lo humano debe ser escrito y detallado” y va de las aldeas a las galaxias, de la cantina a la guerra, del amor a la muerte, de la infancia al suicidio, del hambre a la saciedad, de la tortura al perdón, del abismo al éxtasis, con un hambre insaciable por reunir en totalidad la enorme dispersión y multiplicidad de sus tentativas e intereses.

2. A pesar de lo anterior, Alcalde es un poeta inseguro, contradictorio, desigual, fragmentario. Humano al fin y al cabo, porque esa parece ser su base primordial: poeta en tanto hombre. Ni dios, ni profeta, ni bufón; poeta en tanto hombre. Sus profundos cuestionamientos, vivencias y exaltación de la condición humana, deben considerarse entonces uno de sus puntos de partida.

3. El 5 de mayo de 1992 Alcalde toma su cinturón y lo usa para ahorcarse en una humilde casa de Tomé, lugar donde también nacía “ocasionalmente”, según sus propias palabras. El tema fue abordado poética y narrativamente en algunos de sus textos. Ejemplos sobran: en El panorama ante nosotros (1969) encontramos un poema titulado “El ahorcado”; uno de sus poemas conocidos póstumamente se titula “Salmo de los suicidas”; varios de sus cuentos terminan con el autoexterminio de sus protagonistas, aunque también con sus respectivas resurrecciones. Prueba todo esto de lo muy compenetrados que se encontraban sus proyectos vitales y artísticos. Varios años antes habían tomado decisiones parecidas Violeta Parra, y Pablo de Rokha, dos de sus maestros. Alcalde no reprocha sus decisiones, las considera propias de “gente que no teme a la muerte” y sigue su mismo camino, finalizando su vida a los 71 años, triste, cansado y pobre, pero después de haber tocado la vida con intensidad y desmesura, de haber apostado mucho, de haber perdido mucho, de haber ganado otro tanto.

4. Cada día es más difícil encontrar obras tan profundamente identificadas con nuestras culturas populares. Carnavalización, realismo grotesco, miserabilismo, surrealismo popular, son motes que al vuelo podrían servir para definir su inclasificable producción literaria. Sus relatos, por ejemplo, se conectan con una tradición que, uno podría decir, parte en Baldomero Lillo, continúa con Manuel Rojas, González Vera, Nicomedes Guzmán, Carlos Droguett y otros autores que realizaron comprometidos retratos de los sectores más desposeídos de nuestro país. Aunque posiblemente ninguno de ellos haya incorporado con tanta eficacia y vitalidad el humor que brota de estos grupos humanos. Alone, algo escandalizado con sus libertades estilísticas, sus acercamientos a temas sexuales, suspicaz ante esta incorporación del humor en los cuentos de El auriga Tristán Cardenilla (1967), advierte: “¿A qué se debe esta intermitente relajación en escritor tan sin duda bien dotado y capaz de excelencias? Tememos que al ambiente de las radios frecuentado por Alfonso Alcalde y a su humorismo truculento y orientado hacia la hez. Muy difícil respirar esa atmósfera sin contagiarse un poco. La gravitación del bajo auditorio, que envilece a las audiciones populares, se transmite a los libretistas de más categoría y va poco a poco bombardeándolos, cargando el acento de la grosería, de los detalles puercos y la broma obscena”. Era precisamente ese “bajo auditorio” y esos “envilecidos auditores populares”, la verdadera fascinación de Alcalde: “Soy uno de ellos, puedo estar en cualquier parte como en mi casa, con cualquiera de ellos, que son los más marginados de todos los marginados”. Ya en 1973, seis años después, respondería indirectamente a este tipo de críticas en las palabras de presentación de Las aventuras del Salustio y el Trúbico, uno de los libros más hilarantes de nuestra literatura: “Se trata –dice– de movilizar esta fortuna del humor que nos cayó en gracia para la desdicha de los tontos graves y los huevones a la vela”. Es así como toda la obra de este autor se desvive en hacer patente la cosmovisión de nuestras culturas populares, aunque sin mensajes políticos, sin denuncia, “sin compromisos facilones”, en el decir de Gonzalo Rojas.

5. El cruce de lo culto y lo popular fue un desafío para él, muestra de lo cual es la extraordinaria epopeya “de características tradicionales, sin principio ni fin” que escribiera utilizando un marco estructural derivado de las propuestas de Neruda y de Rokha. Las incursiones de estos dos poetas en la “épica social” monumentalizaba a los pobres de nuestro territorio, sirviendo de base para las experimentaciones formales y temáticas de Alcalde. Por supuesto, su libro El panorama ante nosotros es muchísimo más que eso. Irregular como casi todo texto de su extensión, en sus versos se encuentran contenidos más de veinte años de experimentaciones poéticas que pasan por la creación de sonetos, poemas vanguardistas, coqueteos con la antipoesía e imitaciones carnavalescas de tradiciones clásicas en los que se aprecia también toda una galería de personajes populares cuyas voces y retratos atraviesan un descomunal friso, formando parte de uno de los más extraños experimentos poéticos de los que se tenga noticia en nuestro país y que en su momento hizo pensar a Ángel Rama y a Carlos Droguett que Alcalde era “la nueva voz genial de la poesía chilena”. El panorama ante nosotros es, en todo caso, un proyecto no finalizado que –de acuerdo a las declaraciones de su autor– terminaría dando cabida a toda su producción literaria. A él iban a agregarse cuentos, poemas, ensayos, obras de teatro, convirtiéndose en un modelo para armar que –si se quiere– todavía se encuentra en construcción, pues los libros que Alcalde tenía destinado para incorporarlos a él aún permanecen inéditos y pueden hallarse en sus archivos personales.

6. Alfonso Alcalde Ferrer nace en 1921 en Punta Arenas. Tiene lugar entonces el inicio de ese “largo folletín” que el poeta consideró su vida. Y su apreciación no parece tan disparatada. Algunos ejemplos: gracias a un tío, que al final era su hermano, vio de lejos a su madre que lo había abandonado siendo sólo un niño. A los 17 años huye de su casa para recorrer como “vagabundo libre y total” parte de Sudamérica. Chile, Argentina, Bolivia, Brasil. Hace de todo: ayudante de panadero, maderero en las minas bolivianas, traficante de caballos en el Matto Grosso, cuervo de una funeraria, nochero en hoteles de “pasajeros urgentes”, cuidador de jardines, y una lista casi interminable de oficios de sobrevivencia. A los 25 años vuelve a Chile, cae enfermo de tuberculosis y pasa un año en un hospital. Luego se instala en Concepción donde “vivía de lunes a viernes en un ‘volteadero’ y de sábado a domingo dormía en el cerro, sobre un banco del parque, pasando momentos de delirios alcohólicos, con fantasmas y todas esas confusiones de la locura”. Se casa cinco veces. La quinta es la vencida: junto a Ceidy Ushinsky, a partir de 1964, ponen una “fábrica de poemas y amor”. Cuando todo va viento en popa, habiendo ganado cierto reconocimiento, gozando de los dividendos de su trabajo como periodista y escritor, el Golpe de Estado lo sorprende en Uruguay y debe ir al exilio. Vaga con su familia por Rumania, España, Israel. Y vuelve a hacer de todo para sobrevivir: artesanías, encargado de la letra O de un diccionario, editor de revistas. La nostalgia sin embargo lo obliga a volver. Retorna a Chile en 1979, pero ya nada es igual. Las puertas se empiezan a cerrar con más frecuencia. Experimenta grandes dificultades para publicar, para trabajar, para subsistir. Y vuelven a sucederse periodos de euforia, alternados con profundas depresiones. De extremo a extremo, de polo a polo, la exageración y el ensimismamiento, la parálisis y el frenesí, casi no hay puntos medios. Toda su vida parece haber sido así. Y entonces la vejez, la ceguera, la pobreza. Y una última huida para buscar la muerte y la soledad. Un tango. Un verdadero folletín. Una vida admirable, no obstante.

7. 1946. Alcalde publica su primer libro de poemas: Balada para la ciudad muerta. Lo hizo bajo el alero de Pablo Neruda, quien fue un primer lector de sus poemas. Él le había buscado un trabajo en Santiago, consiguió que editaran sus textos en Nascimento y le escribió un prólogo para el poemario. Alcalde, sin embargo, reúne toda la tirada y –mediando una garrafa de vino y otra de parafina– la quema en una “ceremonia jubilosa” aunque “bárbara y a lo mejor un tanto justa”. Afortunadamente se salva un ejemplar, recatado posteriormente por Naín Nómez en una antología de sus poemas titulada Siempre escrito en el agua (1998). Se notan allí importantes acercamientos a la estética de Residencia en la tierra, posible razón de la autocensura de Alcalde. Con Neruda nada volvió a ser igual y no está muy claro si éste perdonó alguna vez el gesto que Alcalde calificara como de “definitiva responsabilidad poética”. Después de tal ceremonia, no volvió a publicar en por lo menos veinte años.

8. De vuelta en Concepción, vive la vida del artista pobre: trabajos ocasionales, algo de periodismo, obrero en fábricas y lo que viniera. Todo para pagar tiempo para escribir. Recién en 1967 publica un libro de relatos: El auriga Tristán Cardenilla que da cuenta de sus evidentes dotes como narrador. En el mismo campo le seguirán Alegría Provisoria (1968), El sentimiento que te di (1971) y Las Aventuras del Salustio y el Trúbico (1973). A pesar de la calidad de sus cuentos, apenas si aparecen en antologías de narrativa chilena. La “mala cueva de los Alcalde”, diría el escritor. Convengamos, sin embargo, que ese supuesto olvido le asienta bastante bien a su voluntad de outsider, de marginal, de lobo estepario, como se lo ha calificado en varias ocasiones.

9. En el terreno de la poesía, se suele relacionar a Alcalde con la llamada Generación del ’50. Y su incorporación taxonómica a ese grupo, no hace sino confirmar la característica que casi todos los estudiosos atribuyen a la promoción: una heterogeneidad que hace difícil la tarea descriptiva. Y es que Alcalde no se parece a Lihn, ni a Teillier, tampoco a Arteche. Pero también tiene puntos comunes con todos ellos: ciertas reflexiones metapoéticas y metalingüísticas, algo de las percepciones míticas de la aldea, acercamientos a la religiosidad y a la problemática de la condición humana. Y lo hace mediante experimentaciones formales que van desde aproximaciones a estrofas clásicas pasando por el vanguardismo y la parodia. También pareciéndose a veces a Neruda por un lado, a de Rokha por otro. Pero siendo profundamente él mismo, sin renuncias, llegando a elaborar una obra que por su sed de totalidad, fragmentarismo, existencialismo, mística hedonista, excesos, contención, grotesco y minimalismo, es contradictoria pero inconfundible.

10. Para algunos, Alcalde es el primer beatnik chileno.

11. Además de Ejercicios con el tema de la rosa y algunas reediciones de Crista y Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte, Alfonso Alcalde no volvió a publicar poesía, a excepción, posiblemente, de Qué crimen no cometieron, un poema de connotaciones políticas que apareció en una revista en 1978, durante su exilio en Israel. Sin embargo, no para de escribir y deja una serie de libros póstumos: Salmos cotidianos, El árbol de la palabra, Poemas para recitar cuando llegan las visitas, y muchos otros de índole tan distinta cada uno, que no deja de sorprender su versatilidad e incesante afán experimental. A excepción del primero, que fue publicado dentro de la antología Siempre escrito en el agua, editada por Lom en 1998, ninguno de los mencionados ha visto la luz todavía, y permanecen inéditos, junto a una enorme serie de textos narrativos, dramáticos y periodísticos que dejó sin publicar, en espera de un trabajo investigativo que ya ha sido abordado por algunos con éxitos relativos, pero que todavía aguarda una revisión total que nos permita apreciar enteramente el “absurdo tesoro de la miseria” que lo obsesionó durante toda su vida y que nos dejara por herencia.

12. Muy a su gusto, sin embargo, Alcalde sigue siendo un marginal entre los especialistas. Si bien al final de sus días se quejó de un enorme olvido y abandono, su obra había gozado del reconocimiento de artistas, escritores y críticos quienes celebraron su obra. Carlos Droguett, José Donoso, José Miguel Varas, Pablo Neruda, Pablo de Rokha, Gonzalo Rojas, Ignacio Valente, Filebo, Jaime Concha, Ángel Rama, Naín Nómez, entre tantos otros, han celebrado sus aciertos. Todavía, sin embargo, su producción no cuenta con estudios académicos que den cuenta cabal de su trabajo. Y Alcalde así, aún se mantiene orgullosamente con la mitad del cuerpo fuera del canon.

13.  Si bien la recepción crítica ha sido moderada, y su obra sigue teniendo dificultades para convertirse en materia de especialistas, su aceptación dentro de lectores más informales es subterránea, pero llena de entusiastas. Continuamente se montan trabajos teatrales basados en sus cuentos, poemas y dramaturgia.  Andrés Pérez adaptó La Consagración de la pobreza tres años después de su muerte; en 1998 la Compañía de Teatro “La Trompeta” ganó varios premios en el Festival de Nuevas Tendencias Teatrales con un montaje basado en sus cuentos; durante el 2007 en Concepción se montó una obra que bajo el título de Alcalde renueva la visión en torno a su vida y su producción literaria. El teatro “Ictus”, Tennison Ferrada, Eugenio Dittborn (padre) y Sergio Vodanovic anteriormente habían manifestado un enorme interés por llevar sus escritos a escena. Y para qué hablar de las innumerables propuestas llevadas a cabo por compañías del teatro underground de todo Chile.  También los payasos y el mundo circense en general, tienen una especial devoción a su obra, posiblemente porque gran parte de su temática se encuentra estrechamente ligada al mundo de los circos pobres chilenos. Por otra parte, los jóvenes suelen ver en su labor un ejemplo de versatilidad, rebeldía e independencia. Y su identificación con nuestras culturas populares es de tal forma genuina, que gran parte de su obra tiene una inmensa acogida dentro de esos sectores hasta el día de hoy. Todo esto es prueba de que su entrega, su marginalidad, su sacrificio, no fueron en vano y que su trabajo no se perderá nunca, debido a la fuerza y autenticidad que la gente sigue percibiendo en su producción.

14. La resurrección es un tema recurrente en cuentos y poemas de Alfonso Alcalde. El Entorchado, león roñoso, protagonista de su cuento “El peregrino del Golfo”, se ofrece al sacrificio y es descuartizado por pescadores hambrientos para servir como carnada. Después de lograr una pesca fructífera, sacan sus fragmentos del interior de los pescados y lo vuelven a armar, cosiéndolo con pita de saco. Así, “al regresar al puerto en la lancha semihundida (señal inconfundible de la pesca fructífera), el león venía abrazado con la tripulación, sonriendo y saludando a la distinguida concurrencia que esperaba en el muell”. En el poema “Toro muy numeroso”, se repite la idea y se muestra una comilona donde después de descuartizar al animal y devorárselo, “en la borrachera final/ los comedores se abrazaron/ y dentro de sus entrañas/ reunieron de nuevo a la bestia”. En el cuento “El sentimiento que te di”, un caballo con problemas existenciales se suicida lanzándose al mar por un precipicio, respondiendo a esa “honrada necesidad para destruirse sin resentimientos”. Al caer, sin embargo, se disgrega y segmenta en miles de fragmentos que terminan convertidos en un caballo desbocado que corre “con la irremediable fuerza de las olas que chocan de repente contra los acantilados”. Creo que hay ahí también una última clave para comprender a Alcalde: su muerte y su fragmentación son vida y totalidad. Yo espero que este texto se comprenda también de esa forma. Tal como él dijera sobre la poesía, su obra “no está muerta, sólo duerme” y siendo fiel con sus designios, su desaparición no debiera parecernos sino una etapa que precede a la reconstrucción, a las señales inconfundibles de una pesca fructífera, de una bestia que se reúne en nuestras entrañas o que, después de despedazarse en los acantilados, sigue corriendo desbocada. 

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